Paysandú, Martes 27 de Julio de 2010
Opinion | 25 Jul Con gran lucidez el reconocido académico argentino Alejandro Piscitelli, definía en el 2008 al Plan Ceibal como “una apuesta al futuro disparada desde las instituciones educativas y tecnológicas del Uruguay, por la cual debemos sacarnos el sombrero” pero advertía entonces que “compartir la alegría de los chicos y la sorpresa de los maestros, maravillarnos de la filmación de una vaca pariendo o del proceso de hacer achuras es valioso y ocurrente pero si lo que tenemos dentro de un año es más de lo mismo deberíamos preocuparnos y si lo que tenemos dentro de dos años es un poco más de lo mismo la sensación sería de absoluto fracaso”.
Las palabras de este experto bien pueden servir para guiar una reflexión sobre la situación actual del Plan Ceibal del cual participan todas las escuelas públicas del país y también se ha incorporado a Secundaria.
No se trata de la conclusión simplista de decir que si casi el 30% de las computadoras personales entregadas a los niños están fuera de funcionamiento, el proyecto fracasó. Se trata de ver cuán incorporada está el uso de esta tecnología a la actividad diaria del aula, considerándola no un elemento determinante de los aprendizajes sino una herramienta más, como el pizarrón o los libros de texto.
Sin embargo, no es lo mismo. Los libros y el pizarrón han estado históricamente en las aulas y ningún docente reniega de ellos mientras que tener las “ceibalitas” en la clase aún sigue incomodando a algunos docentes.
Hasta cierto punto es lógico que así suceda porque el plan ha significado una verdadera revolución en el aula, algo que quiebra esquemas y prácticas y que hasta cambia las relaciones de poder en la clase puesto que la mayoría de los maestros son superados ampliamente por sus alumnos en el manejo de la nueva herramienta, demostrando que los saberes universales no existen y que en un mundo donde cada vez más lo permanente es el cambio, todos tenemos algo que enseñar y aprender.
Esto, lejos de significar que los alumnos hagan lo que quieran con las “ceibalitas” significa que los docentes deben aprender a usar la nueva tecnología y pensar cómo enseñar lo mismo de siempre de una forma diferente, explorando la existencia de recursos didácticos o creándolos ellos mismos. Y es allí donde empieza a fallar el Plan Ceibal puesto que muchos docentes no están capacitados para incorporar la nueva tecnología, el plan les ofrece los contenidos que necesitan para sus clases ni les ha enseñado a todos cómo crearlos.
El Plan Ceibal implica ni más ni menos que repensar la vivencia del aula y ese objetivo tan importante es al que menos se ha atendido al dejar librada su instrumentación a la creatividad e iniciativa de los docentes para promover su uso, adecuándolo a los contenidos curriculares.
Hacer un uso útil de esta herramienta aportada por la tecnología actual y la decisión del gobierno nacional de incorporarla a las aulas para abatir la brecha digital impone replanteos y reposicionamientos pedagógicos y didácticos. Y eso no puede quedar librado exclusivamente a la autogeneración, el interés y creatividad de los docentes. Las “ceibalitas” rotas son un problema que se soluciona fácil: sólo hace falta dinero para reponerlas o repararlas. El problema de fondo es pedagógico, no técnico. Se requiere más capacitación y generar teoría pedagógica que se nutra y a la vez sustente la práctica.
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