Paysandú, Domingo 01 de Agosto de 2010
Opinion | 01 Ago Hace unos 30 o 40 años, los uruguayos considerábamos que los aparatos tecnológicos debían tener una vida útil prácticamente indefinida, y que cualquier objeto o máquina debía repararse en caso de sufrir algún desperfecto. Desecharla por vieja u obsoleta no era una opción. Nos parecía descabellado el “use y tire” de los norteamericanos o japoneses, algo que por estas latitudes sonaba más como un capricho de las sociedades consumistas del Primer Mundo que una necesidad de los nuevos tiempos. Pero con la llegada de las “mini-computadoras” de principios de los ’80, como la Sinclair Spectrum o la Commodore 64 entre muchas otras que coparon los hogares de clase media y alta, pronto se vio que lo que hoy es la vanguardia tecnológica en cuestión de dos o tres años será parte del relleno sanitario.
Las PC solo aceleraron este proceso, al hacerse cada vez más potentes y accesibles, desde las primeras de varios miles de dólares –decenas de miles al valor actual— hasta las que ahora cuestan menos que una campera, al tiempo que los programas exigían más y más recursos. Hoy a nadie se le ocurriría usar una máquina de los ‘80 para algo más o menos en serio, puesto que aún si estuviera en funcionamiento, de sufrir un desperfecto no encontrará repuestos en el mercado: ¡hasta los diskettes han desaparecido!
Por otra parte, desde siempre lo más nuevo ha sido muy caro, pero en solo unos meses ese mismo producto cae de precio a una fracción de lo que costaba, y en algunos casos, desaparece del mercado porque fracasó. Todo esto nos lleva a inferir que no es bueno ser el primero en tener la tecnología, y que conviene esperar un poco más para saber si lo que parecía tan prometedor al final sobrevive. Al mismo tiempo, cuando se compra una computadora hay que saber muy bien para qué se va a usar, y así sacarle el máximo provecho en su corta vida útil.
Por todo esto cabría preguntarnos si el Plan Ceibal no resultó muy apresurado. Es difícil determinar el éxito o el fracaso de tan loable iniciativa, puesto que para ello primero tendría que haberse definido un objetivo y ver en qué medida se ha cumplido. Claro que si tal objetivo era simplemente que cada alumno de una escuela pública –en las privadas corre por cuenta de los padres— accediera a una laptop, el proyecto fue exitoso. Pero es de suponer que las metas son más ambiciosas, algo más que “reducir la brecha digital” en los escolares sin un contenido pedagógico específico. Y hasta ahora, los resultados no se ven. No alcanza con que un niño de 8 años haga un video de su barrio y lo “cuelgue” en Internet; eso lo puede hacer a los 12 ó 14 sin necesidad de que se lo enseñen en la escuela. Sería más interesante que tenga acceso gratuito a la literatura que necesita para los estudios, bajándola de un servidor de Primaria, por ejemplo. Además, no es bueno que el niño se acostumbre a que estudiar es cosa del pasado, que basta con poner las palabras clave en el buscador de la web para obtener toda la información que necesita sin esfuerzo ni necesidad de memorizar nada.
En el otro extremo del análisis está la plataforma tecnológica. Las XO eran una maravilla inalcanzable para muchos hace apenas dos años, pero tal como sucede con todo lo que es electrónico, hoy está muy superado. En definitiva es un juguete caro, y como todo juguete en manos de un niño, se rompe y queda inservible. Cada máquina le cuesta al Estado unos 200 dólares americanos, cuando en Estados Unidos una verdadera netbook infinitamente más potente, con sistema operativo estándar y capacidad para trabajos en serio, ronda los 250 –apenas un 25% más--, impuestos locales incluidos. Claro que no sería adecuada para un escolar, pero sí para un liceal que en definitiva podría sacarle mucho más provecho en sus estudios, por ejemplo, en materias como dibujo, geometría, matemáticas, astronomía, lenguas, historia, etcétera.
Indudablemente este es un concepto diferente al planteado por las autoridades de la enseñanza, aunque no menos revolucionario.
En lugar de ser “un juguete por niño”, sería “una verdadera computadora por estudiante”, algo que jamás se ha hecho en el mundo hasta ahora. De esta forma se fomentaría la continuidad en el sistema educativo justamente donde hay mayor deserción, en Secundaria, al tiempo que los alumnos encontrarían una herramienta insustituible para el aprendizaje, con mayor madurez para obtener el máximo resultado mientras dure la máquina. Y los niños mientras tanto, seguirían aprendiendo gramática, ortografía, lenguaje e historia por los métodos tradicionales, sin la distorsión de los mensajes instantáneos, los blogs, las fotos familiares en Facebook o Metroflog y la incertidumbre de las páginas web escritas sin rigor histórico ni científico. Para filmar la parición de una vaca o enviar un mensaje de texto, ya tendrán tiempo de hacerlo con cualquier teléfono celular, que a esta altura hay más que ciudadanos en este país.
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