Paysandú, Jueves 12 de Agosto de 2010
Locales | 08 Ago (Por Enrique Julio Sánchez, desde Estados Unidos). “Dicen que cuando llegue/ le van a dar.../ le van a dar.../ mucho palo pa’ que aprenda/ mucho palo pa’ que aprenda/ a no volar.../ a no volar”, cantaba desde el otro lado del mundo, desde el frío de Atlántida, Dany, un ex policía devenido en agente de seguridad del Aeropuerto Internacional de Carrasco.
En el calor del anochecer de Randolph, en la sala con aire acondicionado del apartamento de Eduardo Marcovich, el y yo esbozábamos una sonrisa, mientras la clara y entonada voz de Dany se colaba por el servicio de llamada telefónica de Windows Live Messenger.
Dany, como cada uno de nosotros tiene sus sueños, mientras vive aun con sorpresa ese micro mundo cosmopolita del principal aeropuerto uruguayo, donde a veces le cuesta entender a los viajeros que se acercan a él en busca de guía o información. El sueño de Dany es convertirse en cantante; por eso cantaba un trozo de “Candombe del mucho palo”, de Los Olimareños, una canción de amor, mas allá que algunos no quieran que el corazón vuele, que se enamore, que salte por las azoteas en busca de ese otro corazón que en algún rincón espera, entre una lluvia de estrellas.
Aunque separados por miles de kilómetros, y unidos por la tecnología, los sueños son el combustible de quienes allá en el paisito buscan realizarse y quienes desde el exilio se las ingenian cada día y cada noche para hacer su camino, andando en tierras extrañas, mezclándose con culturas diferentes, llenándose los ojos de paisajes desconocidos.
Aquí y allá, algunos preparan las valijas. Aquellos para abandonar el paisito en busca de mejores oportunidades. Algunos para visitar a su familia, como el caso de Alfredo Pellicer, quien en pocos días viajará a Estados Unidos para llenarse de abrazos y besos de sus afectos. Pero la mayoría buscando un nuevo amanecer, cansados de puertas que no se abren y ofertas que nunca llegan.
Aquí, para volver al país, por diferentes razones. En algunos casos, como el de Lala Ranieri, simplemente para pasear algunos meses, para disfrutar de amigos y del incomparable sabor de la carne uruguaya. Otros cansados de andar por mundos ajenos y confiados en que aun es posible volver a empezar en la tierra de los antepasados charrúas. Aun otros, obligados por las autoridades inmigratorias al encontrarlos sin documentos.
Los aviones surcan el cielo hacia aquí y allá. Y van plenos de sueños, mientras los viajeros que los contienen tratan de encontrar acomodo en los estrechos asientos y de pensar en nada para que las horas de vuelo pasen rápidamente, después de cansarse con las películas repetidas, las mismas canciones dulzonas y las sonrisas profesionales de las azafatas.
No es la historia de todos, por supuesto.
Muchos siguen desperdigados por el mundo, concentrados en sus cotidianas ocupaciones, tratando de “triunfar”. Ese es sin dudas el mayor sueño de los inmigrantes, que a su vez es repetido hasta el cansancio por los medios de comunicación en español en Estados Unidos: “los inmigrantes llegamos a Estados Unidos para triunfar”. Pues sí, es cierto, un triunfo siempre es bienvenido, pero a veces con empatar sobre la hora uno bien puede conformarse, especialmente si es uruguayo.
Llega un momento en que el partido termina, en que en los vestuarios, después de una ducha, llega el momento de colgar los botines. Algo de eso pasa conmigo mismo.
Llega el final de una etapa, la de inmigrante. Es tiempo de volver, de retornar, del reencuentro con el cielo azul que viaja, con 18 de Julio, con tantas imágenes que se llevan grabadas en la memoria.
Es tiempo de volver, del reencuentro con los amigos, de conocer otros, y claro, con los afectos esenciales, con esos que se llevan en el corazón y que allí dan calor tanto como duelen por ausencia. Mi visa concluye este mismo mes, y en pocos días más abandonaré el país de retorno a mi Uruguay fraterno. Volver es llenarse de ilusiones y de sueños, pero también de temores y miedos. Volver claramente es volver a empezar. Y allá también habrá que encontrar un lugarcito, un espacio propio donde desarrollarse. Habrá que encontrar empleo, habrá que buscar aquellas cosas que mis coterráneos sanduceros consideran normales pero que yo ya no tengo.
Volver me pone feliz. Espero con ansias ese instante en que pueda adivinar los rostros de mis afectos esenciales en la puerta de Arribos de Carrasco, pero también mete miedo. Volver es un renacer, volver es recomenzar, volver es nuevamente estar en la línea de partida.
Volver necesita de golpear otras puertas, pero fundamentalmente de que algunas de esas puertas se abran, de que haya oportunidades para reinsertarse, para hacer otra vez historia entre los míos. Los sueños me impulsan. Como me trajeron aquí. Los mismos de Dany. O de Eduardo. O de todos los inmigrantes. Los sueños me llevan de regreso. La cuenta regresiva continúa sin pausa y sin prisa. Dieciocho días y contando. Esa es la historia.
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