Opinion | 07 Ago Conocidos como “secuestros exprés” y --por aquello de no generar alarma-- también denominados “rapiña con privación de libertad”, esta violenta modalidad delictiva, hasta hace poco circunscripta a sociedades más violentas como la argentina o la colombiana, saltó repentinamente de las agencias noticiosas internacionales a la cotidianidad de Montevideo, donde en pocos meses las estadísticas relacionadas a este delito sufrió un sensible incremento. Esta expresión delictiva conlleva un trabajo de inteligencia criminal, ya que los delincuentes estudian a la víctima y luego, conociendo sus vulnerabilidades y disponibilidad de dinero, la interceptan y mantienen cautiva durante el tiempo necesario para conducirla hasta cajeros automáticos o a su propio hogar para robarle. Este tipo de criminales se caracteriza por su extrema violencia y por lo general cuenta con medios suficientes para sostener la organización y operativa de un delito complejo, muy extendido en grandes ciudades, donde es fácil movilizarse sin atraer la atención. Es cierto que generar alarma en forma irresponsable es la peor estrategia ante una nueva y violenta expresión delictiva, pero la sucesión de ataques en la capital del país demuestra que la modalidad ya se instaló y probablemente haya nuevos casos. La interrogante está en saber si la policía uruguaya está en condiciones de frenar el avance de un delito cuyas consecuencias van más allá del simple robo, dado que la víctima puede sufrir consecuencias muy serias. Al comienzo de la actual administración, las autoridades del Ministerio del Interior anunciaron la incorporación de equipo de elevado nivel tecnológico para mejorar las tareas de inteligencia, fundamentales para detectar este tipo de maniobras en su fase de gestación. La irrupción de los “secuestros exprés” representan una nueva preocupación para ciudadanos y autoridades, pero también una oportunidad para saber si realmente hemos avanzado en el área de inteligencia o si el sistema sigue siendo una suma de voluntades inconexas, incapaces de funcionar como un todo y mantenerse un paso delante de los delincuentes más peligrosos.