Paysandú, Sábado 14 de Agosto de 2010
Opinion | 09 Ago Hace pocos días contamos en Paysandú con la presencia del ingeniero Ricardo Carlstein, productor rural y fabricante de plantas de biodiesel, quien precisamente durante la Administración Lamas fue quien vendió a la comuna estas instalaciones y la asesorara en materia de elaboración del biocombustible, en el marco de una idea que determinó que Paysandú fuera abanderado en la producción de este carburante diesel de origen vegetal, al punto de constituirse en la primera planta del país que producía biodiesel en forma regular, en este caso para el abastecimiento de la flota municipal.
Lamentablemente, la primera medida adoptada por el gobierno de Julio Pintos respecto a este emprendimiento fue cerrar la planta para “evaluarla”, con una visión crítica previa que fue mucho más allá de los aspectos técnicos, al responder evidentemente a motivaciones políticas que resultan muy difíciles de explicar si se tiene en cuenta que los actos de los gobernantes deben apoyarse en el interés general por encima de juzgar de quien ha sido la idea o el origen de la iniciativa.
Tras el cierre “preventivo”, por así decirlo, de la planta, los esfuerzos de la anterior administración municipal se centraron en tratar de demostrar que “eso” que se fabricaba no era biodiesel y que por lo tanto no se podía seguir elaborando el combustible.
El punto es que los argumentos se fueron sucediendo sin que se estableciera el destino final de la planta, por cuanto se contó luego con un estudio técnico de profesionales universitarios que detectó falencias en el producto final y que supuestamente debió haberse utilizado como base para definiciones, que sin embargo nunca llegaron.
En su momento se mencionó el posible traslado de la planta al parque industrial de Casa Blanca y hasta se utilizó el sector de prensado para la experiencia de producción de aceite alto oleico, mientras el resto se afectaría a presentarlo como una planta demostrativa para los productores.
El punto es que entre “argumentos”, excusas y dilaciones, la planta se mantuvo cerrada durante cinco años, en algunos casos con explicaciones seudotécnicas pero siempre subyaciendo o sobrevolando la fundada impresión de que había trasfondos políticos y/o caprichos para justificar que se dejara morir el proyecto hasta que pasara al olvido.
Por supuesto, como en todos los órdenes de la vida, la iniciativa pudo haber tenido otras proyecciones. Es y era perfectible, con sus defectos y virtudes, y nadie puede sostener que sea el desideratum en la materia, sobre todo porque fue concebida cuando todavía no había una legislación –con la que ahora se cuenta—para regular esta producción y debía ser estimulada debidamente, teniendo en cuenta que se trata de sustituir combustible fósil importado por carburante de origen vegetal y renovable, con el componente de producción y trabajo nacional.
Puede también discutirse si debe quedar solo en el ámbito municipal y que sea conveniente contar con una coparticipación privada para abastecer flotas cautivas y en otra escala de producción, compatibilizándola con la existencia de proyectos particulares que también apuntan a elaborar biodiesel a efectos de su venta a Ancap y cuya dilucidación se encuentra todavía en el ámbito del Ministerio de Industria, Energía y Minería. Pero lo que nunca debió hacerse fue sepultar el proyecto como si lo que procede de otro gobierno fuese una plaga abominable que es preciso aniquilar para dar lugar a lo que sea, pero de autoría propia, de carácter refundacional y cual monumento a la excelencia ante la inoperancia de los otros.
Esta actitud se da en nuestro país tanto en gobiernos departamentales como nacionales, que confunden a sabiendas los roles por intereses político electorales, con el ciudadano como víctima de tales delirios mesiánicos, cuando la lógica y el interés general indican que debería priorizarse la optimización en el uso de los recursos, dando continuidad a los proyectos, mejorándolos y/o reorientándolos de ser necesario, con creatividad y reconociendo aciertos en lugar de enfatizar los errores, que no son patrimonio de nadie, pero que los pagamos todos con creces cuando se hace y se deshace pretendiendo hacer creer que se inventa la pólvora.
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