Paysandú, Lunes 16 de Agosto de 2010
Locales | 15 Ago (Por Enrique Julio Sánchez, desde Estados Unidos). Apenas llegado a Estados Unidos para iniciar mi experiencia emigrante, tras descender en el aeropuerto de Filadelfia y trasladarme a Vineland, me estaba esperando el primero de los automóviles que he comprado en este país, un Ford Taurus 1997. Desde entonces, he hecho camino andando en cuatro ruedas por el sur y norte de New Jersey, conduciendo además un Toyota Camry 2005, un Saturn 1992 y un Toyota Camry 1984. En total, a lo largo de apenas tres años he sumado 120.000 millas, o 192.000 kilómetros. O, para hacer una gráfica comparación, el equivalente a casi cinco vueltas al planeta Tierra (40.074 kilómetros de circunferencia).
Una distancia impresionante, sin dudas, que exigió muchas horas diarias al volante y que se justifican porque tras quedarme sin empleo en “Nuestra Comunidad” la mayoría de los trabajos fueron de reparto, de diarios y pizza y en las distancias que aquí hay que recorrer para casi todo. Ir al supermercado puede ser un viaje de 8 kilómetros por tramo.
Ir adonde tengo mi Casilla de Correo implica un viaje de 15 kilómetros y otro tanto para regresar. Asimismo, para ir a Panera Bread, en mi etapa de panadero, debía trasladarme a Sparta, unos 15 kilómetros por tramo. Y así por el estilo.
En realidad, no se trata de algo poco común en estas tierras gringas, pues hay muchas otras personas que tienen trabajos que les exigen estar prácticamente todo el día al volante y, a lo largo de los años, suman muchas veces una cantidad muy superior de millas recorridas a las que yo he transitado.
Seguramente que Horacio Gauthier, antes de convertirse en el empresario que hoy es, cuando recorría la geografía del Este de Estados Unidos en un camión, ha hecho bastante más millas. Ha dado algunas vueltas más a la Tierra, en sentido figurado. Aquí un automóvil o ve-hículo similar no es un lujo sino una necesidad. Tener una moto es ciertamente algo más glamoroso, reservado no tanto para los jóvenes (como en nuestros países) sino a las personas de más edad.
Ocurre que generalmente una moto tiene un valor igual o superior al de un automóvil y su uso está limitado a los meses de verano. Por tanto, lo que cada uno procura en primer término es un automóvil. Tener uno con aire acondicionado es agradable, pero con calefacción un sine qua non, debido al crudo invierno.
Sin dudas, una de las tantas cosas que extrañaré a mi retorno al paisito, dentro de pocos días, será conducir un automóvil, pues inmerso en la realidad uruguaya, retornaré a las dos ruedas de casi toda mi vida. Aquí en Estados Unidos he tenido también el privilegio de trabajar con personas de muchas partes del mundo, aunque especialmente de Latinoamérica y el Caribe. Conocerlas ha sido una removedora experiencia cultural, pues no solamente se accede a los modismos en el lenguaje, sino también a la estructura cultural de cada pueblo. He trabajado con originarios de Argentina, Bolivia, Chile, China, Colombia, Costa Rica, Cuba, Ecuador, El Salvador, Eritrea, Estados Unidos, Filipinas, Guatemala, Honduras, India, Irlanda, Italia, México, Nicaragua, Paraguay, Perú, República Dominicana, Uruguay y Venezuela. A todas les debo el privilegio de haber aprendido de sus costumbres, de sus historias nacionales, sus modismos y dichos en el lenguaje, y hasta sus formas de vestir.
Esta es una enorme nación, de la que apenas conozco una parte pequeña, donde la mayoría provenimos de otra parte y aquí convivimos, contribuyendo cada uno al crecimiento de Estados Unidos, pero también manteniendo nuestras costumbres y sentires nacionales. Eso quizás hace que la cultura estadounidense sea en cierta manera aséptica.
Curiosamente, a todos nos une cierto “nacionalismo”, pues claramente todos quienes hacia aquí emigramos, en mayor o menor medida, tenemos agradecimiento a esta sociedad que nos ha permitido trabajar y desarrollarnos, lo que no siempre se puede hacer en la tierra que nos ha visto nacer. Aquí se escuchan todas las historias, aquí cada uno tiene su experiencia y aquí cada uno busca hacer realidad sus sueños. No es fácil, no es sencillo, pero la gran mayoría, una vez que se establece en esta nación, hace todo lo posible por quedarse aquí, por echar raíces.
No es mi caso, sin embargo. Mis raíces, mis historias, mis amores están allá en el paisito. La etapa de emigrante está culminando. Ha sido buena, me llevo una enorme cantidad de vivencias que ojalá ayuden a un mejor caminar por el camino que queda.
La cuenta regresiva se acerca a su momento culminante. Once días y contando. Vaya con la historia.
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