Paysandú, Martes 17 de Agosto de 2010
Opinion | 10 Ago Es auspicioso que en el área del Caribe, el primer efecto fuera de fronteras de la asunción de Juan Manuel Santos como presidente de Colombia fuera un principio de distensión de las relaciones diplomáticas con Ecuador y Venezuela, a partir de encuentros con sus colegas Rafael Correa y Hugo Chávez, respectivamente.
Por una parte, horas después de que el nuevo mandatario se pronunciara en su discurso de asunción a favor de un “diálogo franco y directo” y “lo más pronto posible” para restablecer las relaciones con Venezuela, el presidente venezolano Hugo Chávez reaccionó aceptando encontrarse con él “en los próximos tres o cuatro días”, e incluso después de una reunión de tres horas entre la canciller colombiana María Angela Holguín y su par venezolano Nicolás Maduro, ambos anunciaron que los presidentes de los dos países se encontrarían el martes en Bogotá.
El punto central ha sido el restablecimiento de las relaciones entre ambos países, que fueron interrumpidas el 22 de julio por Chávez, cuando el gobierno de Alvaro Uribe denunció en la Organización de Estados Americanos (OEA) la presencia de guerrilleros colombianos en Venezuela, lo que generó la iracunda reacción de Chávez, con los consabidos insultos de por medio para anunciar la ruptura.
La asunción de Santos ha “serenado” al mandatario venezolano, quien en su tradicional audición “Aló presidente”, echó aceite sobre las aguas revueltas y tendió puentes para “amigarse” con el gobierno del país vecino, desde que todo indica que se trata más bien de un encono personal con el ex presidente Alvaro Uribe, a quien siguió tildando como un “servil del imperialismo yanqui” hasta el último día de gobierno, pese a que evidentemente el gobierno de Santos –ex ministro de Defensa de Uribe—será un gobierno continuista del anterior y ha reafirmado una y otra vez que seguirá esta línea.
Es una buena noticia para la paz en América Latina y el mundo que Chávez haya acallado los tambores de guerra con los que demasiado a menudo sale a la palestra mundial con la excusa de erigirse en un bastión “antiimperialista” en la región, en una clara acción de búsqueda de protagonismo, para reafirmar su condición de abanderado de la “revolución bolivariana”.
Incluso, en las últimas horas, tras declararse dispuesto a “voltear la página” en sus relaciones con Bogotá, Chávez llamó a la guerrilla de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) a abandonar la “vía de las armas” y a liberar a “todos sus secuestrados”, como parte de un “nuevo proceso de paz” que vive Colombia con la llegada al poder de Santos.
“Tenemos esperanzas de que se comience a reconstruir lo que el gobierno saliente de Colombia destrozó, pero la pulverizó: la confianza”, señaló el mandatario venezolano en su programa dominical de radio y televisión, aunque jamás mencionó su participación en este deterioro de las relaciones, realimentado por sus propias actitudes radicales y diatribas en las que acusó a Uribe de ser un lacayo del imperialismo, además de borrar muchas veces con el codo lo que escribía con la mano.
En lo que respecta a las relaciones con Quito, están deterioradas tras el bombardeo de las fuerzas militares de Colombia a un campamento en la frontera ecuatoriana, donde murió el jefe de las FARC conocido como Raúl Reyes.
Las FARC son precisamente el factor de distorsión más significativo en este escenario, que se conjuga con la marcada “bipolaridad” del coronel Hugo Chávez, desde que el grupo guerrillero, apátrida, vacío de toda ideología que no sea la de recaudar dinero a través de los secuestros y el narcotráfico, traspasa impunemente fronteras entre los tres países, con y sin complicidad de gobiernos vecinos o de grupos paragubernamentales que los apoyan porque están en la misma senda de beneficiarse con negocios ilícitos, y lo que es peor, se sustenta en la vieja tesis guerrillera de que cuanto peor, mejor, porque medran y se sustentan en el caos que provocan.
Señalábamos además la ambivalencia de Chávez, quien hasta no hace mucho tiempo proclamaba que las FARC debían ser consideradas como un ejército insurgente y no como el grupo terrorista que es, porque esto abonaba su tesis de la sociedad de Uribe con las fuerzas del “imperialismo” como amenaza directa a Venezuela con la excusa de la lucha antiguerrillera.
Este cambio de postura del jefe de Estado venezolano es bienvenido y debe percibirse como una contribución a un mejor relacionamiento entre vecinos y a la paz en la región, pero como todas las cosas de Chávez, debe tomarse con pinzas y aguardarse un lapso prudencial para determinar si efectivamente estamos ante una imprescindible dosis de sentido común y raciocinio en la visión del mandatario, o si por el contrario, como ha sido la constante hasta ahora, forma parte de las expresiones de esa bipolaridad que lo hace tan poco confiable para la comunidad internacional.
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