Paysandú, Martes 17 de Agosto de 2010
Locales | 13 Ago María Irene Amaral, la mayor de dos hermanos y a punto de cumplir 55 años, aceptó contarnos parte de su historia como mujer rural.
Nació y creció en la zona del arroyo Buricayupí, y desde hace 20 años es auxiliar de servicio en la Escuela 34. Sus abuelos se hicieron cargo de ella, pues su madre la abandonó cuando apenas tenía 15 días. Asegura que no extraña aquella época, que le gusta el lugar que la vio nacer y que está acostumbrada a llevar una vida sin muchos sobresaltos.
Es madre de 7 hijos y entre risas comenta: “mis hijas me quieren llevar para la ciudad, pero yo no quiero, al menos por ahora. Tal vez me vaya cuando quede más vieja”.
No es la primera vez que conversamos con Irene, pues hemos visitado en reiteradas oportunidades la escuela y saboreado sus ricas comidas caseras. Precisamente la última vez que estuvimos allí cocinó una abundante cazuela, mientras que para la tarde preparó un humeante chocolate caliente. Seguramente los niños que concurren a dicho centro educativo disfrutan mucho de las especialidades que Irene prepara cada día con gran esmero.
La conversación se dispara al observar a los niños correr en el recreo. Es en ese momento Irene recuerda con nostalgia que a la escuela llegaron a concurrir 40 alumnos. “Hoy apenas son 12”, comenta como al pasar y en voz baja, como para que no se escuche demasiado.
Su rutina se circunscribe a las tareas en la escuela. Llega a las 9 y prepara el almuerzo para todos. “En una época servíamos la copa de leche por la mañana, pero como los niños cenaban en sus casas, al otro día no querían tomar el desayuno. Por eso el servicio de comedor incluye almuerzo y merienda”.
“Es lindo vivir acá. Uno tiene sus ritmos y siempre hay alguna cosa para hacer, tanto en la escuela como en la casa de uno”, comenta.
Irene se marcha una vez que deja limpio el establecimiento escolar y habla de su trabajo con el orgullo de haber cumplido con las tareas del día: “recién después de limpiar toda la escuela me voy para mi casa”.
Si bien no hay muchas cosas por hacer en el centro poblado, visitar a una de sus hijas y hacer algunas tareas en su casa acorta las horas hasta el día siguiente, tiempo en el que tiene que volver a la escuela. Asegura que el presente invierno no la afectó: “antes hacía más frío que ahora. Este año no estuvo tan crudo”.
Su memoria la transporta a tiempos fecundos, cuando por la zona abundaba el ganado. “Estos campos estuvieron originalmente destinados a la cría de ganado, aunque mis abuelos tenían una chacrita en la que plantaban algo para el sustento familiar.
Aunque eso ya pasó hace un buen rato”, reflexiona, sin que la nostalgia se apodere de sus sentimientos.
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