Opinion | 21 Ago Si bien se trata de un hecho confuso, cuyos detalles la policía intenta mantener bajo absoluta reserva, la evidencia indica que el Monumento a Perpetuidad fue objeto de otro ataque por parte de antisociales que despojaron de sus ornamentos a una de las piezas más representativas del lugar, perteneciente a una familia cuyo prestigio se remonta a tiempos de la Defensa. No es la primera vez que este antiguo cementerio, declarado Monumento Histórico Nacional, es víctima de actos de esta naturaleza, perpetrados por delincuentes que poco saben acerca del infinito valor histórico de cada una de las piezas que allí se erigen, verdaderas reliquias de uno de los períodos históricos más convulsionados de la historia nacional. Desde la pasada administración municipal viene aplicándose un modelo de gestión diferente del monumento, con el cometido primordial de acercar a la sociedad sanducera y a los turistas la rica historia que se esconde detrás de la frialdad del mármol. Además, se instrumentó un programa de visitas guiadas orientada a los centros educativos, lo que añade al proyecto un claro perfil pedagógico, de identificación con los acontecimientos que transformaron a nuestra ciudad en verdadero referente histórico nacional. Sin embargo, a pesar de este cambio de modelo de gestión, poco puede hacerse para proteger al museo de la delincuencia, cuyos ataques lo despojan paulatinamente de sus valiosos tesoros y privan a las nuevas generaciones de su belleza arquitectónica y artística, así como de la historia que narran sus paredes y mármoles. El último episodio representa un nuevo llamado de atención y conduce a la certeza de que si no se toman las necesarias medidas de seguridad para proteger esta pieza patrimonial única en el país, probablemente en pocos años quedará poco para ver y proteger. Parte de la historia de nuestro país y del rico patrimonio de los sanduceros está en peligro y es preciso coordinar las acciones necesarias para detener el cobarde saqueo.