Paysandú, Viernes 27 de Agosto de 2010
Opinion | 20 Ago La sala “1º de Julio” de EL TELEGRAFO fue escenario recientemente de una exposición del ex director nacional de Medio Ambiente, el licenciado en Oceanografía, Biológica y master en Ciencias Ambientales, Aramis Latchinian, con motivo de la presentación de su libro “Globotomía, del ambientalismo mediático a la burocracia ambiental”, por el que trata de ubicar en sus reales dimensiones la realidad medioambiental mundial, ante las versiones y estudios técnicos de dudosa confiabilidad y que por lo general tienden a ser alarmistas sobre las amenazas sobre el ecosistema.
En convocatoria realizada por el Centro de Estudios Paysandú (CEP) el experto efectuó en esta instancia una exposición en cuyo desarrollo desgranó lo que entiende es la realidad mundial en esta problemática, que consideró es mucho más acotada que la globalización que se pretende dar por determinados grupos o “multinacionales” ambientalistas que transmiten una visión apocalíptica sobre las amenazas al medio ambiente.
También aventuró Latchinian, contrariando estas visiones –que incluyen la difusión que sobre este escenario ha dado el ex vicepresidente de Estados Unidos Al Gore, volcado a la causa “verde” en los últimos años—que en realidad la contaminación no está ni remotamente tan globalizada como se pretende hacer creer por grupos interesados, sino que está acotada a determinadas zonas del planeta, a la vez de hacer hincapié en que la atención raramente se vuelca en quienes realmente originan los problemas.
Sostuvo además que están circulando infinidad de videos y material gráfico que ponen de relieve que los grupos ambientalistas globalizados construyen sus “verdades” sobre el medio ambiente y que el gran público, sin contar con información suficiente, acepta las versiones que dan cuenta de que el mundo está cercano a caer inexorablemente en un abismo.
En más de una oportunidad hemos señalado en esta columna de opinión que en la causa ambientalista por lo general hay falta de equilibrio, y que muchos de quienes participan en estos grupos abrazan posturas fundamentalistas que asumen como una religión en lugar de poner las cosas en sus justos términos, lo que les resta credibilidad y conspira contra lo que pregonan.
Incluso se dejan llevar muchas veces por su entusiasmo y se cierran a todo argumento que no coincida con su visión particular, al punto que pretenden hacer ver que quienes no coinciden con los puntos de vista no solo están equivocados, sino que responden a intereses ocultos o conspiraciones para boicotear la causa noble que ellos persiguen.
Un caso cercano y notoriamente revelador a propósito de estos fundamentalismos lo tenemos con los activistas de Gualeguaychú, quienes a través de su presunta defensa de la vida han llevado adelante una lucha irracional contra la presunta contaminación de la planta de UPM-Botnia, tomando su visión como un principio irrefutable en el cual cualquiera que se le oponga automáticamente es tildado de ignorante o vasallo de una multinacional (entiéndase ésta como sinónimo de piratas o monstruos desalmados).
Ni siquiera aceptan como una posibilidad que haya empresas que hagan las cosas bien, que realmente pongan en práctica tecnologías tan o más modernas que las que aplican en sus países de origen o infinitamente más benévolas con el medio ambiente de las que usan sus propios compatriotas en suelo argentino, al tiempo que ponen en duda toda información que demuestre que estaban equivocados, poniéndose en víctimas de una conspiración en la que el mundo entero está en su contra.
Y si bien la Asamblea Ambientalista de Gualeguaychú, aunque no sea una multinacional –de hecho, hasta la prestigiosa Greenpeace le terminó dando la espalda--, es un ejemplo claro de cómo puede distorsionarse la verdad para hacerla funcional a sus intereses, no es la única versión de movimientos y entidades que se sienten “iluminados” y manejan la información en beneficio de su prédica, aún a sabiendas de que están exagerando el tema, porque entienden que al fin de cuentas todo se hace por el bien de la humanidad y que ello los exime de culpas.
Pero, sin dudas los activistas exacerbados le infligen serio daño a la causa ambientalista, porque su irracionalidad y su intransigencia terminan saturando a quienes realmente pretenden ver las cosas de un modo objetivo, evaluando los pro y los contra de cada situación, con la información objetiva imprescindible, sin tremendismos ni presiones mediáticas.
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