Paysandú, Viernes 27 de Agosto de 2010
Opinion | 26 Ago Este 24 se cumplieron 16 años de la cruenta asonada del Hospital Filtro, en Montevideo, cuando centenares de militantes de extrema izquierda, con el apoyo de varios dirigentes del Frente Amplio pretendieron resistir la extradición a España de tres integrantes de la banda terrorista ETA, argumentando que eran combatientes de la libertad y no los asesinos de inocentes que todos sabíamos eran, como luego fue corroborado por la Justicia.
Increíblemente, hubo todavía algunos radicales que hace pocas horas se congregaron en el lugar de los trágicos hechos, en que murió uno de los protagonistas de la asonada, para recordar este nuevo aniversario de una instancia que debería quedar para el olvido, sobre todo para todos quienes fueron engañados e inducidos a participar en el “rescate” de los combatientes, que habían demostrado una y otra vez su desprecio por la vida humana, diciendo que las muertes solo eran daños colaterales en beneficio de la causa.
Pero ha pasado bastante agua bajo los puentes desde entonces, y debe saberse que al cabo de los años Luis Lizarralde, uno de los extraditados, abandonó para siempre la banda terrorista ETA, y que está preso en la cárcel de Nanclares de Oca, y condenado a 74 años de cárcel por dos asesinatos, a la vez que es uno de los seis etarras que firmaron este año una carta en donde renuncian a la violencia.
Pero igualmente lo hizo después de dejar la marca en Uruguay, donde junto con Jesús Goitía y Miguel Ibáñez protagonizó una huelga de hambre en protesta por la extradición concedida en 1994 por la Justicia uruguaya, durante el gobierno de Luis Alberto Lacalle, democráticamente elegido por los uruguayos y que en uso de sus facultades firmó el decreto autorizando la extradición. El cumplimiento de la sentencia fue resistido por una multitud exacerbada reunida en las cercanías del Filtro, la que fue reprimida por la Policía y en los violentos choques pereció Fernando Morroni mientras decenas de personas resultaron heridas, razón por la cual varios agentes resultaron procesados.
Pero no había “angelitos” ni nada que se le parezca entre los manifestantes, al punto que según confesó años después el integrante del MLN Tupamaros Jorge Zabalza, en una Kombi aguardaba un grupo de jóvenes entrenados y dispuestos a entrar en acción con una serie de elementos para agredir y resistir, prontos para recibir su bautismo de fuego si las cosas pasaban a mayores.
También en esa oportunidad decenas de manifestantes apedrearon a los efectivos policiales y les lanzaron cócteles molotov. El episodio formó parte de un gran engaño y distorsión de líderes de los grupos radicales de izquierda, a los que insólitamente se unieron algunos dirigentes moderados del Frente Amplio. Encima quisieron hacer pasar a todos los uruguayos que denunciábamos que los defendidos eran en realidad terroristas de la peor calaña como ignorantes engañados o cómplices de la propaganda de la derecha.
La realidad ha desnudado sin dar lugar a ninguna duda dónde estaba la verdad y quiénes son los que utilizando su ideología para medir las cosas según como les convenga, no vacilan en presentar las cosas exactamente al revés de lo que son, para luego lavarse las manos cuando llega la hora de la verdad y asumir que bueno, tal vez se habían apresurado a tomar posición, pero sin reconocer jamás que se habían equivocado, por lo menos por cierto respeto a la opinión pública.
Es así que tras ser llevados a Madrid en un avión militar español, y llegar rezogantes pese a que se había proclamado que estaban a punto de morir por la huelga de hambre que habían iniciado en Uruguay, Lizarralde fue juzgado por el asesinato del teniente coronel José Luis de la Parra y penado con 32 años de cárcel. Meses después, tras un segundo proceso, se le imputaron otros 42 años de prisión por el asesinato del guardia civil Luis Miranda, en tanto sus dos compañeros de extradición, Goitía e Ibáñez, también fueron hallados culpables de varios homicidios.
Muy atrás han quedado las invocaciones a la solidaridad formuladas por líderes políticos y sindicales de izquierda que decían que los tres terroristas eran inocentes, que en España los iban a torturar y que había que impedir, de cualquier manera, que se los llevaran. El punto es que los antisociales fueron juzgados en España con todas las garantías, en medio de un enorme repudio popular, con los intelectuales y artistas de izquierda de su país volcados ya masivamente contra el grupo sedicioso, en las antípodas de sus colegas de Uruguay que en una postura aberrante abrazaron una causa que los dejó “pegados” en todo el mundo.
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