Paysandú, Sábado 04 de Septiembre de 2010
Locales | 29 Ago (Por Horacio R. Brum). El miércoles 18 el presidente chileno Sebastián Piñera ofreció un almuerzo a los corresponsales extranjeros, para anunciar algunas buenas nuevas, como el crecimiento económico nacional del 6,5% en el último trimestre. También escuchamos que la recuperación del terremoto va bien encaminada, que la creación de empleos marcha según lo prometido en el programa de gobierno y que las siempre problemáticas relaciones con Perú y Bolivia pasan por un buen momento. Sin embargo, el mandatario no pudo dar ese día la noticia positiva que el país esperaba sobre la suerte de los 33 mineros atrapados bajo tierra a 800 kilómetros al Norte de Santiago, un hecho en el cual se jugaba un importante capital político del gobierno. Pese a confirmar que se seguían haciendo todos los esfuerzos para el rescate, el presidente cerró el tema con una frase poco optimista: “Todo está en las manos de Dios”.El derrumbe en la mina San José se produjo en días de preocupación para Piñera, porque poco antes la encuesta del Centro de Estudios Públicos, uno de los sondeos de la opinión pública más importantes del país, realizado además por una organización de la misma línea política del gobierno, reveló que había bajado la popularidad del presidente y que la gente lo veía como una figura lejana. Por otra parte, aunque los padecimientos de los damnificados por el terremoto ya no son noticia de las primeras planas nacionales, en las regiones directamente afectadas hay disconformidad por la distribución de los recursos económicos y por la lentitud de la implementación de los planes para reconstruir las ciudades. Además, los numerosos cambios y recambios en el personal del servicio público han creado la impresión de que el gobierno no tiene un rumbo claro en lo que quiere y necesita, además de levantar sospechas de que se está realizando una purga política, aún cuando Piñera se comprometió a mantener en funciones a los mejores funcionarios de la administración anterior.Con ese escenario, la catástrofe minera del 6 de agosto creó una gran oportunidad para que el gobierno se mostrara en control, corrigiera errores y enmendara rumbos.
Por un acostumbramiento histórico al autoritarismo paternalista, los chilenos valoran mucho la imagen del “patrón bueno”, que está con su gente en los momentos difíciles y comparte el optimismo ingenuo de que todo se resolverá con la ayuda de Dios. Al abandonar su primer gran compromiso con el protocolo internacional (las ceremonias de asunción del mando del nuevo presidente colombiano) apenas supo de lo ocurrido en la mina San José, Sebastián Piñera recuperó puntos de cercanía con el público. Al parecer, sus asesores le aconsejaron no presentarse en el lugar hasta que hubiese una evaluación completa de lo sucedido, pero como lo dijo claramente en su almuerzo con la prensa internacional, “los asesores asesoran y el presidente decide”. Varias visitas más al lugar del desastre, que culminaron este fin de semana con un Piñera sonriente y triunfante, mostrando para la televisión el papel enviado por los trabajadores a través de un hoyo de sondaje, para avisar que estaban bien, han servido para contrarrestar los resultados de cualquier encuesta de imagen.Con la movilización inmediata de una gran cantidad de recursos técnicos y económicos, el equipo de La Moneda demostró una capacidad para asumir el control en circunstancias de catástrofe, que también le da algo más de autoridad moral para continuar con las críticas a cómo actuó el gobierno anterior después del terremoto, críticas que a su vez sirven para justificar en parte cualquier atraso en la reconstrucción.
A su vez, el descabezamiento del servicio nacional de geología, a cuyos funcionarios el gobierno atribuyó toda la responsabilidad por las fallas de seguridad en la mina, refuerza el argumento oficial de que los despidos en el servicio público sólo responden a la necesidad de contar con los mejores profesionales para servir a la gente.Otra característica de la idiosincrasia chilena es la tendencia a fabricar rápidamente héroes o mártires, a quienes se reviste de todas las cualidades nacionales positivas, reales o imaginarias. En torno a esas figuras se hacen despliegues de unidad nacional, que bloquean cualquier posibilidad de análisis crítico de las circunstancias que las llevaron a la heroicidad o al martirologio. El hallazgo de los mineros fue celebrado en todo el país con manifestaciones comparables a las causadas por el desempeño de la selección de fútbol en el Mundial de Sud África, lo cual también viene bien a Sebastián Piñera, que estaba buscando símbolos para fomentar la cohesión social en el contexto del Bicentenario.Los mineros de San José son algunos de los miles que, empujados por la pobreza, diariamente desafían la muerte en yacimientos con condiciones mínimas de seguridad y salubridad; la pequeña y mediana minería de Chile está lejos del alto nivel tecnológico con que explotan los recursos, principalmente del cobre, las grandes empresas multinacionales y la estatal Codelco. Solamente en la región donde se produjo el desastre hay más de 2000 establecimientos de ese tipo, para cuyo control no da abasto la menos de media docena de inspectores con que cuenta allí el servicio nacional de geología. En San José ya se habían producido varios accidentes graves; la justicia había rechazado un pedido de los trabajadores para que se cerrara la mina, e incluso bajo el gobierno actual se produjeron denuncias por malas condiciones laborales y de seguridad.
En resumen, todos sabían y conocían cómo se trabajaba y se trabaja en San José y otros miles de minas a lo largo de Chile, pero cerrar una mina es crear desempleo en gente cuyo único capital suelen ser los brazos fuertes y una extraordinaria capacidad para soportar las peores condiciones laborales. Un capital que poco significa en las grandes cuentas del capital político de los gobiernos, hasta que sucede lo que sucedió el 6 de agosto.
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