Paysandú, Viernes 17 de Septiembre de 2010
Opinion | 15 Sep Con la expectativa de “ajustar” el modelo económico y hacerlo sostenible, el gobierno de La Habana acaba de anunciar que para 2011 eliminará 500.000 puestos de trabajo y ampliará las opciones para los privados, en el marco de una reestructura que en lo esencial pasa por abandonar el monopolio del Estado en la vida y destino de las personas en lo que refiere al trabajo, en procura de salir del corral de ramas en el que se encuentra Cuba desde que la “revolución” se quedó sin el apoyo económico, logístico y político de la desaparecida Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS).
“En correspondencia con el proceso de actualización del modelo económico y las proyecciones de la economía para el período 2011-2015, se prevé (...) la reducción de 500.000 trabajadores en el sector estatal y paralelamente su incremento en el sector no estatal”, sostiene un comunicado de la Central de Trabajadores de Cuba (CTC) que fue divulgado por la prensa local, entidad que naturalmente en este régimen dictatorial está mimetizada con el gobierno que conduce Raúl Castro.
Las reducciones de las “plantillas infladas”, que superan el millón en toda la isla, se aplicarán “de inmediato” hasta “el primer trimestre de 2011”, “de forma gradual y progresiva”, y “por su magnitud e incidencia abarcarán a todos los sectores”, añade el texto.
En la isla caribeña viven once millones de habitantes y hay 4.950.000 personas ocupadas. De ellas, unas 4.100.000 (85%) trabajan para el Estado, mientras que 600.000 lo hacen en el sector privado (de éstas, 141.000 tienen licencia para ejercer el trabajo por cuenta propia) y 250.000 son cooperativistas. El propio Raúl Castro admitió el año pasado que las plantillas están infladas en más de 1.300.000 personas: uno de cada cuatro trabajadores sobra en la isla cubana, por lo que de acuerdo a las leyes de la economía, donde no existe la multiplicación divina de peces y panes, como en la Biblia, los otros trabajadores bancan, con pérdida de ingresos y calidad de vida, a quienes no son necesarios en el esquema productivo estatal colectivizado.
Más aún, el texto de la Central de Trabajadores cubana agrega que “nuestro Estado no puede ni debe continuar manteniendo empresas, entidades productivas, de servicios y presupuestadas con plantillas infladas, y pérdidas que lastran la economía; resultan contraproducentes, generan malos hábitos y deforman la conducta de los trabajadores”.
Y para dar cumplimiento a la medida de hacer efectivo el despido de los 500.000 operarios, todos los centros estatales deberán presentar un plan de ajuste antes de abril. A cambio de los despidos el régimen abrirá las puertas al pequeño empleo privado y cooperativo y autorizará el trabajo asalariado para que puedan salir adelante los que vayan al desempleo, con la perspectiva de que cientos de miles de cubanos pasen al sector privado en los próximos años, lo que sería toda una revolución en la isla donde el régimen instaurado por Fidel Castro ya había encabezado la “revolución” que dura más de medio siglo para hacer todo lo contrario de lo que se anuncia se hará ahora.
Paralelamente, el régimen de Castro impulsa actualmente un programa de racionalización laboral en las empresas, con el objetivo de aumentar la productividad, que cayó 1,1% en 2009, por lo que seguirá implantando el sistema de pago por resultados puesto en marcha en 2008 y con una aplicación baja hasta ahora.
Claro que el motivo de esta “innovación” de incorporar el empleo privado, denostado históricamente por el régimen como un mal capitalista y fuente de explotación, enmarcado en la lucha de clases, es puramente económico y el reconocimiento flagrante del fracaso del régimen cubano, ese que Castro dijo en una entrevista con periodistas norteamericanos que “no funciona ni siquiera para nosotros” y luego pretendió desmentir diciendo que esas palabras no quieren decir eso (¿?) sino todo lo contrario, en una interpretación cantinflesca del idioma español y dirigida seguramente a pretender tranquilizar como sea a la “barra” internacional que todavía quiere mantener la venda en los ojos respecto a la realidad cubana.
Pero la reestructura es mucho más que el cambio de empleo desde el sector público al privado, para tratar de sincerar la economía del pleno empleo de fantasía, desde que será imposible evitar sus efectos traumáticos en la transición. La central cubana también anunció que “ya no será posible aplicar la fórmula de proteger o subsidiar salarialmente de forma indefinida a los trabajadores”, es decir que todos los otros pongan de su bolsillo para mantener los empleos estatales que no se necesitan.
Según consignó la CTC, “es necesario elevar la producción y la calidad de los servicios, reducir los abultados gastos sociales y eliminar gratuidades indebidas y subsidios excesivos”, una receta netamente capitalista y hasta “neoliberal”, por supuesto, pero sobre todo realista, que solo no quiere ver ni aceptar quien todavía pretende vivir con la cabeza metida en un agujero en el suelo, hasta que la realidad le pasa por encima, como ha ocurrido con el régimen cubano.
Al que no le alcanzará con aplicar las recetas económicas que siempre había condenado Fidel Castro, sino que tiene pendiente nada menos que el capítulo de abrirse a la libertad, a que el pueblo cubano pueda expresarse en un marco irrestricto de democracia, donde no haya como hasta ahora un solo partido autorizado por el régimen y se dejen de lado las parodias de elecciones a brazo levantado y asambleas populares, para tener un régimen electoral con todas las garantías, que permitan el sufragio libre y sin presiones, solo para empezar a ponerse a tono con el mundo que ha avanzado y al que Castro ha despreciado durante medio siglo.
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