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Paysandú, Martes 21 de Septiembre de 2010

JOSÉ LUCIO HERNÁNDEZ

El gran jockey de Solís Grande

Locales | 17 Sep José Lucio Hernández nació en Solís Grande, departamento de Lavalleja y a sus 98 años no toma ningún medicamento y es capaz de comer a la par de un muchacho de 20 años. Durante su juventud fue jockey y asegura haber ganado buenas carreras, en tanto sus sobrinas sostienen que es capaz de preparar una mazamorra con leche de primer nivel. Según relata, tuvo la dicha de ver jugar al gran futbolista de la selección uruguaya, Héctor Scarone y recuerda los buenos tiempos sin lugar para la melancolía. “La verdad que actualmente estoy mejor que antes, porque por aquellos años trabajábamos mucho en la chacra y muchas veces los rindes eran una lotería. Pero hablar de aquellos años vividos en Lavalleja es recordar los tiempos en que el tren transportaba la piedra desde la cantera hasta Montevideo, en grandes convoyes. Parece que los veo pasar”, recuerda.
Vivió casi 22 años en Solís Grande, cerca de Minas. Luego, junto a sus padres y 8 hermanos, se mudó a Bellaco en el departamento de Río Negro. Se trataba de una familia descendiente de españoles, dedicada a la chacra. “En Bellaco estuvimos 9 años, hasta que nos pidieron el campo que arrendábamos y tuvimos que irnos para Algorta. Fue por el año 1942, cuando hubo una gran sequía de seis meses. No pudimos cosechar absolutamente nada, perdimos todo. Entonces le dije a mi padre: ‘mire señor que voy a tratar de conseguir trabajo en alguna máquina, porque quedamos pobres’. Teníamos plantadas 150 hectáreas de trigo, pero se vino una cerrazón y un sol que calcinó todo. El trigo se floreció todo y se quemó. Si bien la comida nunca nos faltó, eran tiempos difíciles. Veníamos desde Bellaco en carreta al molino Gramon, donde cambiábamos trigo por harina. Canjeábamos 100 kilos de harina por 120 o 130 kilos de trigo. En casa llegamos a tener 40 bolsas de harina, la que utilizábamos para consumo familiar. Nunca comprábamos harina y el pan, por supuesto, nunca faltaba. Elaborábamos nuestros propios productos en un horno de barro y el fuego lo generábamos con paja de lino”, relata.
En Algorta –según cuenta- vivió 68 años. “Eran tiempos en los que el tren generaba un gran movimiento en la zona. Pasaba casi por la puerta de mi casa y transportaba lino, trigo, maíz y ganado. Pero ahora se terminó todo”.
Hernández recuerda lo vivido con nitidez y no se deja ganar por la tristeza. “Ya está, ya pasó. Ahora en lo que pienso es en pasar bien. Me siento ‘pipí cucú’”, bromea el entrevistado, para quien un buen plato de pastas, un trozo de carne asada y vaso de vino representan lo mejor de una buena dieta.
Experimentado jinete
Don José también supo ser jockey y ganar -–según recuerda-- contra todos los pronósticos. “Gané en Guichón, en Piedras Coloradas, en Young y en pueblo Las Flores. Precisamente de ese lugar me vinieron a buscar para correr en una distancia de 600 metros. Fue un mano a mano con el ‘Picasso’ de Falero, que fue quien me vino a buscar. Me preguntó si me animaba y le dije: ‘mire, escuche bien lo que le voy a decir: yo no le tengo miedo a nadie, déme el caballo y no haga preguntas que yo lo corro y listo’. No le tengo miedo a ningún corredor. He competido con los mejores de Paysandú y esa tarde no solo que gané, sino que robé por tres cuerpos. Después le gané al ‘Toto’ Salaverry en una carrera de 600 metros. Fue por Paso La Laguna. Me venían a buscar de todas partes y el caballo que más resultado me dio fue el ‘Picasso’ oscuro de Falero, un hermoso animal. Yo mismo lo preparaba, porque sabía preparar a los animales. Tenía muy en claro los tiempos en los que había que darle de comer y descansar. Algunos compositores le daban el maíz entero, pero yo se lo molía en máquina, entreverado con avena y alfalfa que tuviera muchas hojas. Aquéllas eran pencas que congregaban mucha gente”, agrega Don Hernández, quien –asegura-- llegó a ganar contra todos los pronósticos. “Así era mucho más lindo ganar. Una vez corrí una carrera de 101 metros mano a mano y gané por medio pescuezo”, relata y se toma un momento para contar “una perdida”.
“Mire, un caballo que no ganaba nada era el de un tal Ojeda. Pobre animal, no salía ni a placé”, concluye.


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