Paysandú, Jueves 23 de Septiembre de 2010
Opinion | 16 Sep Sobre fines de 2009, y como un hito para la cultura de los “uruguayos”, así como un aporte de “oportunidades”, fue calificado por el entonces presidente Tabaré Vázquez la incorporación del complejo de salas del Sodre durante la reinauguración del auditorio que fuera destruido por un incendio en 1971, y que fue reconstruido al cabo de casi cuatro décadas a un costo de decenas de millones de dólares.
Ha pasado por lo tanto casi un año desde esta inauguración de un complejo cuya gestión está en manos de la Corporación Nacional para el Desarrollo (CND), teniendo en cuenta el diverso origen del dinero que se volcó a esta faraónica obra capitalina, pese a que el Sodre es un organismo nacional y por lo tanto sostenido con el aporte de todos los uruguayos. Empero, como es sabido, no hay oficinas del Sodre en ningún lugar del Interior, tampoco funcionarios, y a lo sumo alguna retransmisora de televisión, que son todo lo que genera el Sodre como “retorno” a lo que aporta el Interior para su funcionamiento.
No puede extrañar el calor que puso el ex presidente Vázquez a sus palabras, si se tiene en cuenta que los mandatarios gobiernan desde Montevideo, es decir donde consideran que está el verdadero “Uruguay”, el que hay que mostrar al mundo, y una obra de estas características cumple con la idea capitalina de tener todo concentrado en Montevideo para el Uruguay que quieren mostrar y que vale la pena.
Se han sucedido gobiernos de todos los partidos, y todos sin excepción, enunciado más, enunciado menos, para salvar las apariencias, han mantenido la visión centralista de los anteriores, y muestran orgullosos logros para “el país”, cuando se trata en realidad de emprendimientos de cuño netamente capitalino.
El Sodre, con sus ochenta años, es –o debería ser—un organismo nacional, financiado por los impuestos que pagan los uruguayos de todo el país, pero en los hechos solo sirve para Montevideo, y desde hace muchos años desde EL TELEGRAFO hemos propuesto que al fin de cuentas sea municipalizado, porque solo funciona ante los requerimientos y necesidades de la capital, o si no que realmente tenga carácter nacional para difundir y promover realmente la cultura hasta el último rincón del Interior.
Sin dudas que con las decenas de millones de dólares que costó construir a todo lujo el complejo del Sodre, que agrega una sala de dos mil butacas, se podrían haber construido o remodelado salas en todo los departamentos, como contribución valedera a la cultura nacional y a los habitantes de las olvidadas localidades de tierra adentro, desde que solo una ínfima parte de la más de la mitad de la población del Uruguay que vive al norte del Santa Lucía va a tener la posibilidad de asistir alguna vez en su vida al costoso auditorio del Sodre en Montevideo.
En Paysandú, por ejemplo, desde hace mucho tiempo tenemos pendientes obras de recuperación y mejoras en el teatro Florencio Sánchez, el que podría haber sido puesto a nuevo con menos del 2 por ciento de lo que se gastó en el auditorio capitalino y contribuido de esta forma a una difusión cultural que se necesita en nuestro medio, como así también el resto del Interior.
Y en este contexto corresponde mencionar que en breve se hará presente en Paysandú el ballet del Sodre dirigido por Julio Bocca, en lo que será uno de los pocos aportes que concretará el organismo en cuanto a acercar la cultura a los uruguayos de fuera del perímetro capitalino, un aspecto a destacar en la política del organismo y que nos consta es consecuencia de la propia iniciativa del ex bailarín argentino, quien a la vez mantiene una relación conflictiva con el gremio de funcionarios de la institución, encerrados éstos en su propia visión particular de que “ellos” son el organismo, como ocurre en la mayoría de dependencias del Estado.
En realidad, a falta de decisión política de volcar recursos para infraestructura en el Interior, una alternativa o mejor dicho un paliativo es traer de alguna forma, aunque sea en cuentagotas, los servicios del Sodre a ciudades en los respectivos departamentos, como en este caso. Pero corresponde que estas acciones se enmarquen en un programa preestablecido de descentralización de la oferta cultural, de forma de suplir parcialmente las carencias en los aspectos señalados, mientras aguardamos que algún día –difícilmente ya en el presente gobierno-- se advierta un cambio de mentalidad en el Poder Ejecutivo y la dirigencia nacional, como así también en los legisladores que representan al Interior, para exigir que tanto el Sodre como otros organismos que deberían hacer honor a su denominación de “nacional” realmente cumplan con la función que desarrollan a medias, y que siempre siguen con los ojos –y los recursos—puestos en Montevideo.
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