Paysandú, Miércoles 29 de Septiembre de 2010
Opinion | 22 Sep Hoy es un día muy especial para el asesino de Romina Severo: al cumplir los 18 años, no solo festeja su mayoría de edad sino que sus más de 50 delitos cometidos siendo menor serán borrados de su legajo como por arte de magia. Para la Justicia será una persona nueva que jamás cometió infracción alguna, tan inocente como la Madre Teresa de Calcuta. Por supuesto que seguirá internado en dependencias del INAU hasta cumplir una muy benévola pena por una rapiña que derivó accidentalmente en el fallecimiento de una joven sanducera, pero una vez superado este contratiempo nacerá de nuevo a la sociedad, a la cual agredió en cada oportunidad que se le presentó en los últimos cuatro años.
El “Maikol” es un nombre ficticio que se le dio a este delincuente para proteger su identidad en concordancia con las leyes inherentes a la minoridad, que en el afán de defender los derechos de los niños y adolescentes prohíbe divulgar públicamente su nombre real. Sin embargo la Policía lo tiene bien conocido por sus andanzas, habiéndolo registrado por primera vez cuando tenía apenas 13 años, involucrado en tres rapiñas consecutivas al lado de su iniciador, “El Mellao”, y otro malviviente apodado “El Tortuga”.
De ahí en más, los hurtos, las rapiñas y otras yerbas alternaron con cortos pasajes por el INAU, desde donde salía más rápido de lo que costaba atraparlo. Cientos de horas de investigación policíaca, allanamientos, procesamientos, detenciones, etcétera, terminaban en un abrir y cerrar de ojos con la sentencia de un juez que determinaba la entrega del menor a sus padres o la utópica privación de su libertad.
Recién en 2009 fue procesada su madre por omisión a los deberes inherentes a la Patria Potestad, cuando el “niño” hacía ya tres años que tenía a la sociedad en vilo. Para ese entonces, ella reconoció que ya no tenía control de su hijo, algo que a todas luces resulta evidente puesto que tal como lo afirman los psicólogos, la formación de los niños se produce antes de los 13 años, pasados los cuales resulta muy difícil cambiarles la actitud. Como era de esperar nada cambió y el “Maikol” siguió tan impune como siempre, hasta que la tragedia del 24 de agosto pasado fue la cereza del postre a toda una vida al margen de la ley, cuando un arrebato más de su largo legajo terminó con la muerte de su víctima bajo las ruedas de un ómnibus del servicio urbano.
Técnicamente no fue asesinato; tampoco un delito sino una falta grave cometida por un menor, que por lo tanto será perdonada cual travesura infantil al cumplir la mayoría de edad. Pero para los sanduceros seguirá siendo lo que en realidad fue: asesinato a sangre fría, cometido por un delincuente en total conciencia de sus actos, agravado por haberlo perpetrado a sabiendas de que era impune ante la ley. ¿O es que acaso el crecimiento de un ser humano tiene fechas exactas que determinan su madurez, conciencia y peligrosidad para la sociedad?
Pero en los hechos el caso del “Maikol” es anecdótico, por cuanto hay decenas de ellos, aún anónimos, acechando en cada calle, cada esquina, esperando que su víctima cometa la imprudencia de llevar una cartera en el hombro, deje su casa sola o simplemente camine distraída por una acera. Puede ser apenas un niño de 10, 11 o 12 años, o un fornido joven de 17 capaz de derribar a golpes a un adulto hecho y derecho, pero para la Justicia serán todos niños a los que solo les corresponde la protección de sus derechos por el Estado.
Este es el caldo de cultivo perfecto para la multiplicación de la delincuencia, cada vez más cruel e inhumana, más difícil de combatir. El “Maikol” finalmente saldrá de su prisión de privilegios, volverá a hacer lo único que sabe hacer: robar, rapiñar, atacar y hasta quizás matar. La responsabilidad final habrá sido del INAU, que jamás hizo lo que se supone que hace, “reformar” a los menores infractores para insertarlos en la sociedad; de los jueces, que no tomaron medidas contra los responsables del menor cuando debieron hacerlo; del sistema político, que no reacciona ante la realidad del Uruguay de hoy y sigue creyendo que los derechos de las personas están por encima de sus deberes y que las verdaderas víctimas son los antisociales; de la Justicia, que en su mundo perfecto cree que la “familia” es la base de la sociedad y por eso el “niño” debe ser entregado a sus padres, cuando hace rato que la familia tradicional casi no existe.
La solución entonces no pasa solo por juzgar como mayores a los menores infractores. Pasa por evitar que sigan por el camino del mal cuando recién se inician, castigando a sus padres de inmediato para que asuman sus responsabilidad mientras el niño pueda corregirse; sacarlos del ambiente hostil donde viven, enviándolos a hogares infantiles donde reciban la educación adecuada y enseñanza en valores; creando verdaderos reformatorios para los más peligrosos o reincidentes, con la seguridad de que no se escaparán; manteniendo los prontuarios delictivos al cumplir la mayoría de edad; siendo celosos vigilantes de la seguridad de la población.
De no asumir los cambios de inmediato solo queda esperar mayor violencia, marginación y finalmente lo peor, la respuesta de una sociedad que encontrará la forma de hacer justicia por mano propia, donde pagarán justos por pecadores. Ya vimos lo que sucede en otros países a través de los informativos y no queremos eso para nuestro Uruguay. La respuesta la tienen nuestros legisladores.
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