Paysandú, Miércoles 29 de Septiembre de 2010
Opinion | 29 Sep En reportaje concedido a la revista brasileña Veja, el presidente José Mujica revela que su pensamiento ha cambiado significativamente desde los viejos esquemas de la izquierda, cuando señala que la estatización y la colectivización son fórmulas probadamente fracasadas en todo el mundo y que estos preceptos no son solución para ninguno de los problemas que tiene la Humanidad desde épocas inmemoriales.
El mandatario subraya que “la estatización es una solución abandonada” y a la vez la definió como “la receta perfecta para desarrollar una burocracia opresora”, en tanto en lo que refiere a la política económica y la administración de un país, consideró que “el equilibrio fiscal, mantener una economía austera y no jugar con la inflación son factores que no pueden estar en discusión ni por la izquierda, ni por la derecha o el centro”.
Estos conceptos, que parecen sacados de algún discurso del ex presidente Jorge Batlle o algún otro mandatario de los partidos tradicionales a partir del retorno a la democracia, revelan que los tiempos han cambiado desde que la izquierda asumió la conducción del país, es decir que la asunción de responsabilidades de gobierno ha obligado a revisar los viejos manuales y esquemas que sonaban poco menos que inamovibles y que eran proclamados cuando se estaba en la oposición como banderas irrenunciables de la filosofía de gobierno.
Este cambio de pensamiento no responde a una reflexión caprichosa de Mujica, sino que conlleva interpretar las lecciones que da la vida y sobre todo la realidad que se resiste a seguir el razonamiento de teorías que aparecían como perfectas y verdades que no admitían discusión. Lo expresa el mandatario uruguayo a la misma publicación brasileña cuando considera que “las divergencias ideológicas deberían restringirse a la mejor manera de distribuir la riqueza”, pero no a la aplicación de leyes económicas que como bien sostiene Mujica no pueden estar en discusión “ni por la izquierda, ni por la derecha o el centro”, porque transgredirlas significa tomar el camino más corto hacia el despeñadero.
En el Uruguay la estatización no fue un invento de la izquierda ni nada que se parezca, sino que se remonta a los albores del siglo pasado, en base a conceptos que respondían a la teoría de que en manos del Estado y sin fines de lucro, la producción y los servicios públicos se iban abaratar y poner al alcance de toda la población al descartarse el margen de rentabilidad que conllevan los emprendimientos de carácter privado.
Por supuesto, como bien sabemos –y sufrimos- todos los uruguayos, de la teoría a la realidad media un abismo, y fue así que esta fiebre estatizadora lo único que logró fue crear una gran burocracia e ineficiencia dentro del Estado, para empezar porque las empresas y organismos estatales fueron manejados con clientelismo político, debido a que no existe la figura del patrón ni nadie que se sienta afectado directamente en su bolsillo por la ineficiencia y las pérdidas, cubierto todo ello bajo el manto del monopolio, por lo que el consumidor cautivo no ha tenido donde elegir.
Con las décadas, y luego de haber desperdiciado lastimosamente la época de las vacas gordas durante la Segunda Guerra Mundial, en que vendíamos a altos precios nuestras materias primas, nos quedamos con las mismas empresas en manos del Estado y encima extendiendo el esquema de protección a industrias privadas obsoletas, al cerrarse el país a las importaciones, por lo que juntamos la ineficiencia pública y privada para sellar un rezago tecnológico y de alto costo país con fuerte impacto negativo en la calidad y la competitividad.
A partir de la necesaria apertura para desarrollarnos a partir de la década de 1970, lo que tuvo lugar en el sector privado pero con los mismos monopolios e ineficiencias dentro del Estado, la bandera de la estatización a ultranza quedó solo en manos de la izquierda y los sindicatos, en base a recetas basadas en un “socialismo real” que resultó utópico y se derrumbó a partir de fines de la década de 1980.
Desde entonces estas teorías trasnochadas han ido perdiendo adeptos aceleradamente y solo habían quedado como estatistas a ultranza pequeños grupos ortodoxos y sectores que cuando lograron acumular fuerza electoral para llegar al gobierno, cambiaron radicalmente de postura al encontrarse con que los voluntarismos solo traían más problemas que los que se pretendía solucionar y mayor pobreza aún a los presuntos beneficiarios.
El razonamiento del presidente Mujica, en base a la experiencia acumulada en estos años y la realidad ante la que se ha encontrado en el ejercicio del gobierno revela que ha descartado la estatización como respuesta a los problemas de la sociedad y por el contrario alude a que existe “una burocracia opresora” a la que no nos hemos podido sacar de encima, lamentablemente, pese a las recurrentes apelaciones a la reforma del Estado que sin embargo todavía sigue pendiente.
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