Paysandú, Jueves 30 de Septiembre de 2010
Opinion | 23 Sep Recientemente comentábamos en esta misma columna de opinión un informe del Banco Mundial que en líneas generales trasuntaba optimismo respecto a la evolución del escenario socioeconómico en América Latina, al impulso de los precios de las materias primas, y advertíamos que si bien sigue manifestándose una coyuntura favorable para la colocación de los commodities en los mercados internacionales, el subcontinente no puede conformarse con ser un mero proveedor de materias primas sin procesar para el mundo desarrollado y las naciones emergentes.
Y manifestábamos que aún teniendo en cuenta las ventajas comparativas de las naciones de América Latina para producir materias primas a bajo precio por sus condiciones de suelo y clima, pese a sus dificultades en logística, no es menos cierto que el derrame sobre el tejido social de esta actividad es muy inferior al que se logra cuando se procesa la materia prima dentro de fronteras, al generarse puestos de trabajo de mayor calidad y reciclarse recursos económicos mucho mayores por concepto de valor agregado.
Ergo, el desafío apunta a captar al mismo tiempo inversiones en emprendimientos que permitan procesar lo que ahora se exporta mayormente en bruto, como una forma inequívoca de ensanchar la base productiva y sobre todo diversificarla para reducir vulnerabilidades y crear más riqueza a distribuir.
Es decir que estas miradas externas deben tomarse con pinzas por ser precisamente prescindentes respecto a la suerte y calidad de vida de los pueblos aparentemente condenados a ser abastecedores de commodities para crear trabajo de primera fuera de fronteras.
Y en este contexto creemos del caso traer a colación reflexiones en sintonía con las nuestras formuladas en el diario El País por el analista internacional Andrés Oppenheimer, quien evalúa que “es probable que un nuevo estudio del Banco Mundial levante las esperanzas en Brasil, Argentina, Perú y otros exportadores de materias primas latinoamericanas. El informe expresa que contrario a la opinión generalizada reciente, las materias primas pueden ser el motor impulsor del crecimiento a largo plazo”.
El estudio de referencia, “Natural Resources in Latin America y the Caribbean: Beyond Booms and Busts”, publicado la semana anterior en la Conferencia de las Américas de The Miami Herald, plantea en síntesis que el auge de los bienes básicos en América Latina del 2001 al 2008 ha sido el más prolongado de la historia reciente y que no hay una razón inexorable de que debe concluir pronto.
Oppenheimer rescata el razonamiento de Ricardo Hausmann, profesor de la Universidad de Harvard y destacado experto en asuntos latinoamericanos, quien no es muy optimista sobre el futuro de los países exportadores de materias primas, y puso como ejemplo a Venezuela y Noruega, dos países exportadores de petróleo, desde que mientras Noruega exporta per cápita siete veces más que Venezuela, el petróleo es solo el 34 por ciento de sus exportaciones, en tanto en el caso de Venezuela es el 80 por ciento. En este caso el depender de una materia prima no hace que deje de ser pobre, en un ejemplo que en mayor o menor medida se repite en sucesivas comparaciones.
Porque como bien sostiene Hausmann “los países que crecen son los que diversifican su base de exportaciones”, y es así que “los países pobres fabrican pocos productos. Los países ricos fabrican muchos bienes complejos que pocos países pueden producir”, en tanto Oppenheimer, con quien coincidimos, se abona a esta tesis, cuando señala que no es coincidencia que algunos de los países sin recursos naturales, como Luxemburgo, Taiwán, Japón, Singapur, tienen poblaciones ricas, en tanto naciones con enormes recursos naturales, como Bolivia, Venezuela, Nigeria, tienen buena parte de su población viviendo bajo la línea de pobreza.
Por otro lado, tampoco es casual que países con recursos naturales que han conseguido crear riqueza, como es el caso de Noruega, Australia y Nueva Zelanda, han tenido la visión –además de la dedicación y el esfuerzo, por supuesto— de hacerlo a través de la diversificación de su producción y exportaciones.
Y si bien en economía no hay recetas mágicas, sino posibles alternativas para cada país o región de acuerdo a su realidad, debe tenerse presente que no debemos encandilarnos con los altos precios de las materias primas para no poner todos los huevos en una sola canasta, sino que el sentido común y la experiencia indican que debe aprovecharse los márgenes que dejan estos períodos de bonanza para trabajar en el desarrollo sustentable, aunque sea grande la tentación de seguir en la misma. Ya cometimos ese error hace 60 años en la época de la pos guerra, en que parecía que la bonanza duraría para siempre por aquello de que “el mundo siempre necesitará de los alimentos”. No deberíamos tropezar dos veces con la misma piedra, aunque los tiempos luzcan tan diferentes.
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