Paysandú, Jueves 30 de Septiembre de 2010
Locales | 24 Sep Comenzaba el siglo XX y en un lugar apartado de Paysandú --parajes de la Cuchilla San José--– un hombre reflexionaba en el silencio del atardecer, compartiendo unos mates con su esposa y observando a sus hijos jugar. Don Martín Diego Tellechea pensaba: “los años pasan, los gurises crecen y de la educación, nada. Crecen y, sin saberlo, cargan en sus hombros el peso de ser analfabetos. ¿Qué hacer como padres? ¿Y los demás niños?” En el rancherío conocido por entonces como Palmar de Quebracho, los niños crecían sin posibilidades de educarse, destinados a trabajar como peones de campo, en las zafras de esquila y la cosecha de granos. Pero la vida cambia y obliga; el progreso demanda personas con otro tipo de conocimientos y formación. Aquel hombre se cuestionaba una y otra vez: “¿es de buen padre o de buen vecino hacer que no se vea esta realidad que golpea duramente a nuestros hijos, y dejarlos a todos a suerte y verdad del destino?” El productor rural continuó reflexionando, consciente de que la escuela más cercana estaba a 30 kilómetros, en Estación Quebracho. Pero el sueño fue más allá y Tellechea se transformó en visionario; comenzó a imaginar a los niños yendo al galope a la escuela, delineando sus primeros garabatos, utilizando por primera vez la pluma. A partir de entonces comenzó a hacer gestiones, golpeó muchas puertas y la vida, finalmente, le otorgó la posibilidad de ver su fantasía convertida en realidad. El domingo 21 de agosto de 1910 llegó a la zona una joven maestra y Tellechea, orgulloso, la invistió en su cargo. Había nacido la Escuela 22. Seguramente su mayor satisfacción fue observar el desfile de madres con sus hijos que se acercaban por primera vez a la precaria estructura donde se dictarían las clases. En una nota remitida a la Inspección Departamental de Escuelas, la maestra Rosa Melo definió a Tellechea como “incansable propagandista de instrucción primaria. Hombre noble y de principios, que ha trabajado sin descanso para la fundación de este centro de enseñanza. Bregando con tenacidad e incansablemente para que sus aspiraciones --de luchador progresista-- fueran una realidad y no solo una esperanza”. Hoy los lugareños recuerdan su espíritu de vecino luchador e incansable, en tanto asumen la responsabilidad de llevar adelante su obra con un cariño difícil de encontrar por estos días.
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