Paysandú, Sábado 02 de Octubre de 2010
Opinion | 02 Oct Aunque todavía no fueron desentrañados los detalles de la génesis y vericuetos del conflicto, la crisis institucional que vivió en las últimas horas Ecuador, con su presidente “secuestrado” por sectores de la Policía alzados en protesta por no haberles sido concedidas reivindicaciones salariales, puede decirse a esta hora que el intento ha sido superada y que se mantiene la institucionalidad en el país del Pacífico, aunque con el saldo lamentable de cuatro muertos y casi doscientos heridos, y un panorama interno que sin dudas se mantendrá tenso por largo tiempo, en el mejor de los casos. El presidente constitucional Rafael Correa, ungido como mandatario por la mayoría de los ecuatorianos, vivió momentos muy difíciles al verse cautivo de los revoltosos en el Hospital Policial. Acaso los elementos más positivos de este episodio hayan sido el alineamiento del Ejército con la institucionalidad democrática y la unánime e inmediata respuesta de los países de la región, a través de organizaciones como la OEA y la Unasur, que condenaron la agresión al régimen constitucional y expresaron su enfático rechazo al alzamiento contra las instituciones democráticas.
En una asamblea general convocada de urgencia en Washington, la Organización de Estados Americanos (OEA) aprobó de manera unánime una resolución que repudió “cualquier intento de alterar la institucionalidad democrática en el Ecuador” y llamó a los “sectores políticos y sociales a evitar todo acto de violencia”. La Organización decidió “respaldar decididamente al gobierno constitucional del presidente Rafael Correa (...) en su deber de preservar el orden institucional, democrático y el Estado de derecho”, expresa el texto. En términos similares, la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur), reunida en Buenos Aires, con la presencia de los presidentes de los países que la integran, incluyendo al mandatario uruguayo José Mujica, condenó lo que consideró como un intento golpista y cerró filas en torno al gobierno constitucional de Ecuador, un sentimiento que como nunca hemos compartido todos los latinoamericanos, teniendo presente seguramente tiempos no muy lejanos en los que los alzamientos militares arrasaron gobiernos democráticamente elegidos, instalaron sangrientas dictaduras y pretendieron situarse por encima del bien y del mal. Los hechos de las últimas horas en Ecuador dan la pauta de que no hay espacios para aventuras militares en la región, cualquiera sea el signo y la ideología del gobierno, ya que no hay dictaduras buenas y malas, sino dictaduras a secas, que son sin excepción violadoras de los derechos humanos de los pueblos que sojuzgan --la de los Castro en Cuba incluida-- y además ha quedado en claro que todo régimen de fuerza que se instale o pretenda instalarse será aislado por los demás países de la región, como corresponde. Es posible que no se tratara en esta oportunidad de un intento real de golpe de Estado, sino de una defensa delirante de intereses corporativos en forma absolutamente irracional y extrema, aunque igualmente no encuadra en este escenario la toma del aeropuerto por la Fuerza Aérea, ni la toma de emisoras, que sí guarda similitud con las prácticas tradicionales de los golpistas. Asimismo, Correa no contribuyó a calmar a los sublevados cuando “sacó pecho” desde el balcón tras desatarse la corbata y desafiar a los policías a que le tiraran, sin tener en cuenta el cargo que investía y que una sola actitud irracional de los amotinados hubiera terminado con su vida y llevado a Ecuador a una crisis sin precedentes.
Pero es su estilo y felizmente para la nación ecuatoriana este desenlace no se dio. Pero lo que sí está fuera de lugar es la actitud que asumieron mandatarios como el inefable Hugo Chávez y Evo Morales, quienes se apresuraron a dividir las aguas entre los buenos y los malos de acuerdo a su particular ideología, y acusaron inmediatamente a los medios de comunicación y a Estados Unidos de promover el golpe de Estado, pese a que la nación norteamericana había condenado la sublevación policial y a el propio Correa acusó al ex presidente Gutiérrez de estar detrás de la intentona. Quiere decir que con luces y sombras, en medio de la confusión, debe saludarse que Ecuador y América Latina hayan superado este trance sin afectar la institucionalidad democrática, y que el subcontinente haya salido unánimemente a defender el Estado de Derecho y la autodeterminación de los pueblos.
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