Paysandú, Sábado 09 de Octubre de 2010
Locales | 08 Oct Corría el año 1941 cuando un grupo de colonos de San José decidió proyectar su vida en otros territorios. En este caso, el destino elegido fueron campos ubicados al noreste de la capital sanducera y en las cercanías de Guichón. Se trataba de un contingente de productores que – valiéndose únicamente de su deseo de trabajar la tierra – apostó a escribir una nueva historia. Estamos ante el relato de uno de esos colonos, quien aceptó el desafío de narrar parte de ese pasado.
La colonia Juan Gutiérrez se fundó en 1941 y Amador Sosa (81) – protagonista de esta historia – dijo que llegó “a esos campos junto a sus padres, siendo un niño, procedente de la localidad de Chamizo, departamento de San José. Originalmente los campos fueron arrendados por familias de apellido Gutiérrez, Correa y Sarttore. “Recuerdo que primero fueron mis padres y mis hermanos mayores los que viajaron para la zona y después fuimos el resto de una familia compuesta por ocho hermanos, seis varones y dos mujeres”, relata el entrevistado. Don Amador está casado con Célica Sellanes Dotta y tienen un hijo: Dardo Néstor. Recordó haber vivido en colonia Juan Gutiérrez hasta el año 1960, tiempo en que el Instituto Nacional de Colonización expropió los campos. “Yo tenía la esperanza de poder acceder a algunas parcelas, porque una vez que contraje matrimonio, mi padre me había habilitado con unas treinta hectáreas, aunque yo aspiraba a un poco más. Pero, con la aparición del Instituto se fue mucha gente. De todos modos el Instituto otorgaba 60 hectáreas, aunque no resultaban suficientes porque ya tenía 50 animales y estaba descremando, lo que me permitía comercializar lo producido en Guichón”. En la colonia se desarrollaba la agricultura y la ganadería, en tanto algunas parcelas se destinaban a pequeñas chacras. Lentamente los campos se fueron poblando hasta llegar a albergar a ochenta familias. Así fue, que además de los Emanuelle y los Gutiérrez, se afincaron los Martínez, Welbenzú, Sellanes, Hernández, Pérez y Muníz. En algunos casos también se trataba de gente del departamento de Flores.
Los campos se cubrieron rápidamente de plantaciones de trigo, girasol y maíz. “Se cosechaban con máquinas a vapor, porque no existían las máquinas que hay ahora. Se le echaba paja al motor, eso generaba cierta presión, que a su vez levantaba determinada cantidad de libras, lo que hacía funcionar la máquina. Los insumos se compraban en Guichón y lo producido lo compraba Juan Gutiérrez, que era el administrador de la colonia, quien cobraba el 30% de lo cosechado. A su vez él comercializaba lo producido en la estancia ‘El Rincón’ y en otros destinos, incluido Montevideo. A cambio de lo que los colonos producían, Gutiérrez los abastecía con carne a través de un vínculo comercial en el cual los productores podían pagar con interesantes plazos”, añade Sosa.
El centro poblado más cercano era Guichón, pero llegar hasta allí representaba una verdadera odisea.
El medio de transporte era el sulky y los caminos de entonces apenas senderos dibujados, donde la única guía eran las huellas de otros carros que cruzaban por esos parajes.
Para que el viaje rindiera, era necesario ir de mañana y regresar por la tarde.
Don Amador siempre pensó en volver al campo, pero sus emprendimientos en la ciudad lo fueron alejando poco a poco de esa idea, con la circunstancia adicional de no poder obtener un campo definitivamente. “Pude arrendar por siete años unas tierras por la ruta 26 a Germán Fraschini y luego 497 hectáreas a Orlando Coquet, también por la ruta 26. Pero se vendieron y después me quedé quieto. Si bien en la ciudad me fue bien, siempre me tiró el campo. La verdad que me costó mucho adaptarme a la ciudad. Es un tema sentimental que cuando lo recuerdo me entristece”, confiesa. Amador Sosa fue hábil jinete, demostrando sus dotes en la Exposición Rural del Prado, pero también destaca sus cualidades de deportista. “Desde 1945 hasta 1953 fui futbolista alternando en los principales planteles del club Nacional de Fútbol en Guichón. Aunque practicaba entre mis hermanos y otros vecinos en la propia colonia”, relata.
Entre muchos recuerdos celosamente guardados, rescata los difíciles momentos vividos durante las inundaciones de 1941 y 1959. “Sí, la colonia ha sufrido a lo largo de su historia importantes aislamientos, más una fuerte sequía. Seguramente son los recuerdos más fuertes que conservo de tiempos extremadamente difíciles. Después seis meses sin llover golpearon muy fuerte”, recuerda Sosa, quien nos ofrece una última reflexión: “Fíjese que rematé más de 600 vacunos, 2000 lanares y más de 49 yegüerizos. ¿Cómo con ese semejante remate de animales no me podían otorgar un campo? Yo no era ningún estanciero, porque yo empecé comprando de a poco, pero así fueron las cosas”.
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