Paysandú, Lunes 11 de Octubre de 2010
Opinion | 06 Oct Entrado el siglo XXI las ideologías políticas sufren la crisis del nuevo siglo, con una derecha que se mueve a la izquierda y una izquierda que lo hace al centro. El humanismo es sustituido por el consumismo y en lugar de una vida que brinde satisfacción personal, importa una existencia que brinde beneficios personales.
En un escenario de arenas movedizas, la sociedad mundial, pese a los siglos de experiencia, parece más desigual que nunca, con núcleos de riqueza de enorme poder y enormes extensiones de pobreza e indigencia. Entre ellos, una cada vez más reducida clase media lucha por su supervivencia, como nexo entre los unos y los otros.
En Uruguay, uno de cada cinco habitantes vive por debajo de la línea de pobreza, y 1,6% de la población vive en indigencia, de acuerdo al sistema de medición del Instituto Nacional de Estadística (INE). En buen romance, obtienen menos de 5.000 pesos por mes. O poco más de 1.500 pesos en el caso de la indigencia. En la otra punta, otro veinte por ciento de la población se reparte la mitad de los ingresos.
Y aún cuando Uruguay, lo mismo que Costa Rica y Argentina, han visto reducir las tasas de pobreza e indigencia, gracias a políticas sociales exitosas, de todas formas, esta quinta parte relegada en la sociedad, es el caldo de cultivo para el aumento de la criminalidad. Así lo afirma el Premio Nobel de Economía, Gary Becker, quien en su “teoría económica del crimen” subraya que los individuos comparan los resultados de destinar su tiempo entre actividades legales y delictivas y la posibilidad y severidad de un potencial castigo. En este modelo, la iniquidad deriva en una mayor tasa de crimen al situar cerca a personas con bajos incentivos para realizar actividades lícitas (por ser muy baja la remuneración por actividades laborales) con otros que exhiben bienes costosos.
El caso más claro, actualmente, es la de los menores infractores. Y al tiempo que parece razonable reducir la edad mínima de imputabilidad, no es menos cierto que hay que apuntar a soluciones de fondo. Y en ese sentido, el único camino es mantener una lucha a muerte contra la pobreza y la indigencia. Es el único camino. Una cosa, no debe hacer olvidar la otra. Nuestros jóvenes no merecen menos que todo nuestro esfuerzo.
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