Opinion | 08 Oct Las elecciones generales en Brasil, además de poner en duda si la candidata oficialista Dilma Rouseff finalmente será la sucesora de Lula da Silva, o si el socialdemócrata José Serra ganará lo que hoy parece una muy difícil batalla para sus intereses, mostraron otra cosa: la efectividad del voto electrónico.
No fue la primera vez, pues hace ya 12 años que el gigante sudamericano sumó la tecnología a los procesos electorales. Esto no solamente brindó seguridad en el sufragio, sino rapidez en el procesamiento de los votos, y la disponibilidad de los resultados.
La novedad este año fue el nuevo sistema de identificación de electores, a través de las huellas dactilares, con una prueba piloto que alcanzó al uno por ciento del padrón, apuntando a reducir aún más las posibilidades de fraude. El sistema deberá ser acompañado por un nuevo documento biométrico.
En Uruguay, el voto electrónico tiene más resistencia que apoyo. El miedo al “gran hermano” se hace patente una y otra vez. Los cambios siempre generan temores. Pero el voto electrónico avanza sin pausa en el mundo.
Reduciría la cantidad de integrantes de Mesa (ahorro) y eliminaría la necesidad de gastar otros millones de pesos en impresiones. Los detractores señalan que muchos uruguayos tienen dificultades para usar siquiera un cajero automático, pero eso no es cierto, lo que ocurre es que todos demandan usarlo al mismo tiempo y eso genera demoras. El uruguayo no puede acostumbrarse aun a las ventajas de este servicio disponible las 24 horas los 365 días del año.
El sistema de voto electrónico se ha ido perfeccionando sin pausa. Se imprimen las boletas, se incluye firma digital y criptografía de la información. En Uruguay, algunos políticos -como el presidente Mujica- son partidarios de abrirle las puertas. Hay también proyectos de ley en ese sentido. El voto electrónico es claramente el sistema que más temprano que tarde será adoptado. Cuánto demorará Uruguay en hacerlo no se sabe, es la gran interrogante.