Paysandú, Jueves 14 de Octubre de 2010
Opinion | 10 Oct Uruguay cerrará este año con un alza anual del 7 por ciento en su Producto Bruto Interno (PBI), lo que constituye una cifra significativamente superior a los niveles históricos y que a grosso modo indica que hay más riqueza que impulsa el consumo y por ende, con una redistribución más equitativa, se podría mejorar el nivel de vida de la gran mayoría de la población a efectos de sacar de las políticas asistenciales del Estado a miles de familias. Bueno, eso en teoría, porque nuestro país sufre problemas estructurales que hasta ahora han impedido, en los sucesivos gobiernos, permear las barreras de la marginación en que se encuentran sectores con serias dificultades de acceso a bienes y servicios, con déficit en educación, capacitación e integración social, y que han permanecido incólumes por la falta de sustentabilidad de políticas sociales como el Panes y sus sucedáneos, que han sido solo asistenciales pese al barniz de solución que se les ha pretendido dar. Y la sustentabilidad de las políticas, sobre todo el crecimiento, es el factor diferencial a tener en cuenta para determinar el futuro que nos podremos construir, para lo que es fundamental superar vulnerabilidades y dependencias que nos condicionan. Sería un profundo error creer que la bonanza económica que atravesamos, con sus consecuencias beneficiosas en el aumento del consumo --que por cierto no ha evolucionado de la misma forma para todos los sectores de la población-- es consecuencia de políticas propias, de éste, el anterior o cualquier otro gobierno, porque no se han atacado ni por asomo los serios problemas estructurales que tiene el país, empezando por un Estado desproporcionado en tamaño e ineficiente, con más de 200.000 funcionarios nucleados en sindicatos que siempre “tiran algo más de la piola” para obtener recursos adicionales que naturalmente saldrán de los sectores productivos y la sociedad toda, ya que el Estado no crea riqueza. El presidente José Mujica, precisamente, en uno de sus raptos de sinceramiento y realismo, advirtió que “a Uruguay le va bien porque a la región le va bien. No es mérito del gobierno ni es mérito nuestro, objetivamente hay una presión de demanda del mundo sobre esta región”. El riesgo de que este escenario de crecimiento no sea para siempre lo da el propio mandatario, quien si bien consideró lo positivo de este panorama, reflexionó que también está “desconfiado, porque lo bueno no dura tanto”. Esta incertidumbre se da precisamente porque estamos ante un escenario internacional que no depende de nosotros, porque somos tomadores de precios y dependemos de los vaivenes de la demanda exterior de nuestros “commodities”, que son nuestra principal fuente de exportación, con escaso valor agregado y sobre todo como materia prima para dar trabajo fuera de fronteras.
El desempleo en niveles históricamente bajos es una consecuencia de esta bonanza es trasvasada desde el exterior, ya que una economía activa por el influjo de mayor circulación de riqueza presiona la demanda y las empresas, gradualmente, adecuan su fuerza laboral a las coyunturas. Y decimos coyunturas, porque de eso se trata cuando no se han modificado los problemas estructurales, que hacen que seamos un país caro en servicios como la energía, con una alta tributación y problemas logísticos que reflejan carencias en infraestructura y coordinación. Períodos como el que estamos atravesando --que ojalá dure-- son el momento oportuno para encarar las reformas que nos aseguren la durabilidad a que se refería el presidente Mujica, haciendo por ejemplo que el Estado, su gran burocracia y costos inflados pesen menos sobre la economía que sostienen los actores privados mediante la acción mancomunada del capital y el trabajo. Es decir que hace rato se debería estar trabajando en la “madre de todas las reformas del Estado” que en su momento nos prometió el ex presidente Tabaré Vázquez y la que en la campaña preelectoral anunció Mujica, y que naturalmente va a ser resistida hasta las últimas instancias por las corporaciones de funcionarios públicos, que son las únicas que se benefician con este esquema desquiciado. En cambio, seguimos en la misma de siempre, con los grupos corporativos estatales presionando para obtener más recursos en el Presupuesto Quinquenal que pagamos todos los uruguayos pero que no nos va a cambiar la vida.
En medio de estos paros generales, las negociaciones entre el gobierno y los sindicatos, los reclamos presupuestales para unos y para otros, la gran mayoría de los uruguayos la única expectativa que podemos tener es que “la fiesta” nos cueste lo menos posible y que por lo menos se establezca un equilibrio fiscal que permita salvar recursos para contribuir a hacer algo “durable”, porque “lo bueno no dura tanto”, como dijera el presidente.
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