Paysandú, Domingo 17 de Octubre de 2010

Enseñanza para el mundo del trabajo

Opinion | 11 Oct Si bien para los sindicatos de docentes y funcionarios públicos las soluciones para nuestra educación se limitan a obtener más y más recursos, tal cual sus reclamos, es indudable que el sistema educativo “hace agua” por todos lados; existe una notoria degradación de su calidad y lo que es peor aún, no se ha actualizado a efectos de preparar a miles y miles de estudiantes para su inserción laboral. Es decir que se continúan arrastrando situaciones históricas en las que, por ejemplo, se trazaban líneas divisorias imaginarias en Enseñanza Secundaria respecto a quién debía ir al liceo o a la UTU de acuerdo a su nivel de estudios, dejando para la educación técnica a los alumnos que no presentaban --aparentemente-- suficientes virtudes como para obtener un título profesional o un profesorado. Además, desde siempre Secundaria ha tenido un perfil netamente abstracto en cuanto a la formación de estudiantes, lo que podía más o menos ser aceptable en otros tiempos, pero que ha quedado en la obsolescencia total en tiempos de especialización y necesidad de formación temprana de la fuerza laboral, en donde se requieren aplicaciones prácticas de los conocimientos en lugar de una abstracción que deja al estudiante en una nebulosa e indefinición. Refiriéndose a esta problemática del sistema educativo nacional, María Ester Mancebo, profesora de Historia egresada del Instituto de Profesores Artigas y actualmente docente e investigadora del Departamento de Ciencias Políticas de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de la República, señaló al suplemento “Economía y Mercado” de “El País” que “como en todas las políticas públicas, en las políticas educativas suele hablarse del ‘peso del pasado’”, en tanto evaluó que “esa dependencia del pasado nos está jugando en contra porque, históricamente, existió en nuestro país una dicotomía entre los jóvenes que concurrían al liceo porque aspiraban a cursar luego estudios universitarios y quienes iban a la Universidad del Trabajo (UTU) porque querían aprender un oficio y prepararse para el mundo laboral”.
Reflexionó Mancebo que “posteriormente, la implantación del Ciclo Básico en Secundaria y en el ámbito de la educación técnica, puede ser leída como un triunfo de quienes alegaban --a mi juicio, con total razón-- que no se puede predeterminar el destino de niños de doce años”. Esta observación es certera, sobre todo cuando en nuestro país desde siempre las orientaciones vocacionales han estado huérfanas del debido asesoramiento, fundamentalmente en el Interior, donde las oportunidades de acceder a determinadas formaciones de nivel intermedio han sido muy restringidas respecto a las que se ofrecen en la capital, en un contexto de iniquidades que se siguen manifestando pese al paso de las décadas en desmedro de los jóvenes del norte del río Santa Lucía. Es compartible el criterio expuesto por la profesora Mancebo, cuando señala que si bien no se puede predeterminar el destino de niños de doce años, nuestro sistema educativo se ha situado en el otro extremo, en su afán de mantener el mundo abstracto que se enseña en Secundaria y por lo tanto haciendo perder valiosos años de capacitación al estudiante que procura abrirse paso en el ámbito laboral. Lo explica cuando sostiene que “esa polémica nos ha llevado a posiciones ubicadas en el otro extremo, en donde la vinculación de la educación media con el mundo del trabajo se ha vuelto un tabú. Por eso los planes y programas de estudio de la educación media están muy volcados a la incorporación de contenidos más que a la adquisición de competencias. Entiendo que esa es una de las causas de la alta deserción de aquellos estudiantes que quisieran prepararse para insertarse en el mercado laboral”. Más aún, sostiene que “no debemos demonizar la preparación para el mundo del trabajo”, un concepto que precisamente en forma recurrente hemos planteado en nuestras páginas como un mal endémico de nuestra formación en educación media. Debemos aventar de una buena vez el estigma cultural sobre los oficios, el trabajo manual y la capacitación técnica que no devenga de una carrera profesional convencional, para avenirnos al concepto de que debemos preparar jóvenes para el país del hoy y del mañana, que no sintoniza solo con aquel “m’ hijo el dotor”, de la chapa de bronce en la puerta, que durante tantos años ha sido el paradigma del uruguayo medio.


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