Paysandú, Domingo 17 de Octubre de 2010
Opinion | 14 Oct Miles de millones de personas en todo el mundo han vivido momentos de honda emoción, por encima de países, razas y credos religiosos, cuando a través de las transmisiones en vivo de las redes de televisióm vieron salir a la superficie en la cápsula a Florencio Ávalos, el primer minero rescatado desde las profundidades de la tierra, y sucesivamente a sus compañeros que estuvieron atrapados en una odisea inenarrable de 69 días, desde el 5 de agosto. El emotivo y eterno abrazo del primer minero rescatado, Florencio Ávalos, con Byron, su hijo de siete años que rompió en llanto, fue seguido por los familiares de los demás mineros, agrupados en torno al fuego en las afueras de la mina San José, quienes también lloraron al ver materializarse lo que parecía un milagro a juzgar por las circunstancias en que tuvo lugar la tragedia. Ni bien emergió la cápsula con Ávalos, de 31 años, se lanzaron globos al aire y llovieron confetis sobre las cabezas de familiares de los trabajadores y de los periodistas en el campamento Esperanza. Hasta vuvuzelas empezaron a retumbar en los alrededores de la mina en fiesta, en el marco de una euforia que en mayor o menor grado repercutió en todo el mundo, sensibilizado y solidarizado como nunca con los trabajadores enterrados a 700 metros de profundidad.
No faltaron momentos de honda tensión mientras socorristas y funcionarios esperaban ver salir la cápsula con el primer minero, que emergió poco después de las 1 y 11 del martes (hora de nuestro país) tras un viaje de unos 15 minutos a través de un ducto de 622 metros de largo y apenas 66 centímetrosde diámetro, en un operativo que se repetiría 33 veces hasta rescatar al último de los trabajadores. Con ellos estuvo latiendo fuertemente el corazón de decenas de millones de latinoamericanos solidarizados con la situación, entre ellos los uruguayos, que nos sentimos fuertemente hermanados con el pueblo chileno, y que precisamente también un 13 de octubre, pero hace 38 años, contamos con similares expresiones de solidaridad cuando el arriero chileno encontró a los sobrevivientes de la tragedia del avión uruguayo siniestrado en Los Andes. Más allá de la coincidencia de fechas --“que las hay, las hay”, sostiene el dicho--, de la identificación de seres humanos urbi et orbi con los difíciles momentos de los mineros chilenos, que surgieron nuevamente a la vida cuando ya no había prácticamente esperanzas de hallar a alguno de ellos con vida tras el derrumbe, no puede obviarse que estamos ante una lección de vida, de esperanza, sostenida en la fe religiosa de muchos y en el indeclinable espíritu humano para quienes entienden que las cosas pasan por otros parámetros, cuando el temple se pone a prueba en los momentos en que la resistencia supera límites que se creían imposibles de alcanzar. Pero también estamos ante una demostración de lo mucho que se puede hacer cuando se conjugan la solidaridad con los esfuerzos económicos, despliegue de tecnología y conjunción de técnicos con actores políticos que deponen momentáneamente sus diferencias para unirse por una causa que está por encima de cualquier otra consideración, en este caso la vida de seres humanos a merced de los elementos naturales.
El destino de estos 33 hombres, que quedaron atrapados a casi 700 metros bajo tierra, sin que se supiera de ellos por 17 días, se convirtió en una historia apasionante para habitantes de todo el mundo, pero sobre todo convocó a montar un operativo de rescate en el que además de organismos del Estado chileno, participaron entre treinta y cuarenta empresas de todo el mundo, que enviaron equipamiento de última tecnología y a sus técnicos desde lugares tan distantes como Estados Unidos, Canadá y Australia. Y el festejo de miles de personas que se reunieron en ese desolado lugar del desierto de Atacama para vivir y seguir de cerca los intensos momentos en que comenzaron salir a la superficie los mineros atrapados, que se unió al de las mil millones de personas que siguieron la transmisión en vivo por televisión, diarios, radios e Internet, debe ser en suma de la Humanidad toda, que ha puesto de relieve una vez más que si bien la ambición, las ansias de poder y el egoísmo dan lugar a tragedias tan dramáticas e injustificables como la guerra y las injusticias en la distribución de la riqueza que hacen que todavía haya millones de personas que padecen hambre y no tengan acceso a necesidades básicas de todo ser humano, también es capaz de generar estas instancias, que reconfortan y nos permiten reencontrarnos con lo mejor del ser humano.
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