Paysandú, Lunes 01 de Noviembre de 2010
Opinion | 30 Oct Aunque aparentemente la dirigencia de la fuerza de gobierno apuntaría por ahora a dejar en el “congelador” la aprobación parlamentaria de la ley “interpretativa” de la Ley de Caducidad de la Pretensión Punitiva del Estado, ante la negativa de dos de sus senadores a respaldar con su voto esta iniciativa, los diferendos internos siguen vigentes, ante el enfrentamiento de sectores con visiones distintas sobre el proceso a seguir.
Lo que está muy claro por encima de los argumentos que se manejan, y el hecho de la dudosa legalidad del intento promovido por grupos radicalizados –el senador Jorge Saravia dijo que hay quienes “están dando manija” sin cesar por este tema dentro y fuera de la coalición de izquierdas-- es que se están ignorando –despreciando en realidad-- dos sucesivos pronunciamientos populares, formulados a través de sendos plebiscitos en los que la población fue convocada a “decidir” sobre el tema, y en ambas oportunidades la ciudadanía optó por dejar vigente la ley.
El punto es que en las dos ocasiones, cuando se recogieron firmas para ameritar la convocatoria a los dos plebiscitos, el argumento manejado era “para que la gente decida”, y precisamente, al habilitarse la instancia electoral, el pueblo se pronunció de la forma en que lo hizo, gustara a quien gustara.
Es absolutamente impresentable y antidemocrático que los mismos que convocaron a que el pueblo decidiera, hoy estén promoviendo una ley por la que le están enmendando la plana al sentir ciudadano, y se autoerigen en “iluminados” que pueden interpretar por su cuenta el sentimiento popular, poniendo sobre la mesa argumentos retorcidos para explicar (?) lo que a su juicio en realidad quiso decir la gente cuando votó en contra de la derogación de la ley.
Hay una explicación sencilla para todo esto: quienes así actúan tienen doble discurso, todavía no asumen que los plebiscitos se hacen para respetarlos –lo hicieron hasta los militares en 1980, cuando el pueblo dijo “No” a su intento de perpetuarse en el poder con una democracia vigilada-- y le hacen flaco favor a este instrumento de democracia directa, al que respetan y promueven solo cuando los resultados llevan agua para su molino.
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