Paysandú, Miércoles 03 de Noviembre de 2010
Opinion | 29 Oct La inesperada desaparición física del ex presidente argentino Néstor Kirchner nos toca muy de cerca a todos los uruguayos, y sin dudas más allá del punto de vista humano, el duro golpe que representa para el entorno familiar --su consorte es nada menos que la presidenta constitucional de todos los argentinos-- sus amigos y allegados, sus simpatizantes, repercute intensamente sobre la situación política de su país y por proyección sobre América Latina ante el particular perfil del hombre público y al particular manejo que tenía de la telaraña del poder.
Por cierto que más allá del respeto que debe guardarse ante la pérdida de la persona, para los uruguayos la figura del ex presidente no ha resultado particularmente grata ni nada que se la parezca, cuando desde el primer día que asumió la titularidad del Poder Ejecutivo, al que llegó apenas con el 22 por ciento de los votos, ha pretendido ejercer fuerte influencia y padrinazgo sobre nuestro país, ya incluso con marcada injerencia en el proceso eleccionario de 2004, cuando respaldó vigorosamente y con desenfado la campaña electoral del ex presidente Tabaré Vázquez.
Pero naturalmente, esta simpatía y paternalismo bien entendido --a su modo-- se esfumó cuando Vázquez, en el ejercicio de la Presidencia, debió anteponer el interés general a los lazos y deuda de gratitud que tenía con su colega de la vecina orilla, y entendió que con la planta de Botnia a medio construir y en marcha una inversión de más de mil millones de dólares para el procesamiento de la madera, correspondía continuar adelante con esta construcción, pese a las airadas protestas y movilización de un sector de ciudadanos de Gualeguaychú.
A partir de entonces, Kirchner adoptó una actitud muy dura hacia Uruguay, con respaldo pleno al bloqueo y alentando los desplantes de los activistas, pese a las normativas vigentes en el Mercosur que expresamente hacen hincapié en la libre circulación de vehículos y personas por los puentes internacionales, generando una línea de desencuentros que pusieron de relieve su permanente apuesta a la confrontación y al intento de doblegar al discrepante en lugar de procurar alternativas de acercamiento.
Esos desencuentros determinaron que el tema, que como todos sabemos, fuera llevado al Tribunal Internacional de Justicia de la Haya por el gobierno de Kirchner, con los resultados ya conocidos por todos, y a partir de cuyo veredicto el gobierno entonces encabezado por su esposa Cristina Fernández ha emitido señales que han permitido ir destrabando un escenario regional muy conflictivo.
En realidad el cese del período de Néstor Kirchner y la asunción del gobierno por su cónyuge había marcado solo un interregno en las nunca desmentidas intenciones de Kirchner, quien aspiraba a un nuevo mandato presidencial y en el ínterin había marcado presencia internacional a través de asumir el cargo de secretario general de la Unasur, sin por ello dejar de tener las rienda del poder en su país, a partir de su especial condición de esposo de la presidenta, e incluso es sabido que pese a no haber ejercido ningún puesto en el gobierno, llamaba diariamente hasta dos o tres veces a sus principales integrantes, incluyendo al presidente del Banco Central y ministros, para hacerles conocer sus lineamientos y directivas en la adopción de decisiones.
La desaparición física del ex presidente marca entonces un antes y un después en la política argentina, porque sin dudas no debe perderse de vista que asumió el poder en un momento económico y político muy difícil para la vecina nación, y tuvo entre sus virtudes la de aplicar algunos correctivos que permitieron superar el grave momento, sobre todo el vacío de poder y superar así la crisis, pero a la vez demasiado comprometido con mantenerse y por lo tanto dejó pasar la oportunidad de establecer inevitables ajustes para un desarrollo sustentable. De esta forma llevó adelante un gobierno populista de línea dura, con el respaldo de siniestros personajes del sindicalismo que le valió un amplísimo respaldo popular, pero también férreos enemigos dentro y fuera de su país. Con la desaparición de Kirchner del escenario político se abre una nueva etapa en la Argentina, aumentando la incertidumbre de un país que ya hace bastante tiempo deambula sobre una cuerda floja con gravísimos problemas internos y pujas de poder, con el recuerdo del triste desenlace del gobierno Isabel Perón al fallecer su esposo Juan Domingo en la década del ’70 muy fresco de los argentinos.
Esto no puede verse como algo tranquilizador para Uruguay y la región, puesto que cualquier temblor del otro lado del río puede traer graves consecuencias para nuestro país.
Por todo esto esperamos que Argentina haya aprendido de su pasado y encuentre el equilibrio para salir adelante aún en momentos tan difíciles, y que su presidenta logre mantener su gobierno con la mayor estabilidad posible.
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