Paysandú, Jueves 04 de Noviembre de 2010
Locales | 03 Nov Un soleado día permitió que miles de sanduceros concurrieran a los cementerios de todo el departamento, entre ellos el Cementerio Central, que recibió la mayor cantidad de visitas.
Con una temperatura superior a los 20 grados, desde la mañana al anochecer el Cementerio Central recibió miles de visitantes, al conmemorarse en la víspera el Día de los Muertos, celebración que en el mundo occidental se basa en la doctrina cristiana de que las almas de los fieles que al tiempo de morir no han sido limpiadas de pecados veniales o que no han hecho expiación por transgresiones del pasado, pueden ser ayudados por rezos y por el sacrificio de la misa.
Tan pronto abrió sus puertas el Cementerio Central --muy limpio y con muchos canteros de flores y el césped cortado--, el público comenzó a ingresar para visitar las tumbas de sus seres queridos. Poco después, a las 9, se celebró una misa por el descanso eterno de las miles de almas que descansan definitivamente en el lugar. Hacia el mediodía disminuyó la cantidad de visitantes, que volvió a crecer pasadas las 15 y hasta el cierre del cementerio.
Afuera, la ciudad se movía normalmente, pero dentro del gran solar dedicado por los sanduceros a nuestros muertos queridos se respiraba paz. Las personas se movían lentamente, con flores en sus manos, con herramientas de jardín, con rosarios y velas, caminando entre las tumbas, nichos y panteones.
Algunos simplemente se arrodillaban junto a una tumba y quedaban atrapados en sus propios pensamientos; otros oraban un rosario en grupo; otros encendían velas y otros limpiaban y mejoraban las tumbas con herramientas de jardín.
Cada persona, cada familia, cada grupo de amigos, sentía la paz del lugar y en él se movía con respeto, respondiendo a una tradición que es pasada de generación en generación, en la que los muertos siguen vivos en el recuerdo de quienes compartieron sus vidas.
Afuera del cementerio, puestos de flores trataban de satisfacer la demanda, especialmente de rosas y claveles. Dentro, algunos emprendedores brindaban servicios adicionales, como el pintado de urnarios. Algún vecino instaló un puesto de ventas de cruces y floreros; varias personas administraban espacios de estacionamiento por la propina; y hasta había un puesto de venta de comidas rápidas y agua caliente. Los taxistas sanduceros instalaron una parada por calle Ituzaingó y el transporte urbano en ómnibus reforzó líneas.
El público continuó concurriendo al cementerio hasta el anochecer. Lo mismo ocurrió en los cementerios del interior departamental.
Muchas tumbas no fueron visitadas, como ocurre siempre. Cada persona se acerca al recuerdo de sus seres queridos de manera diferente, aunque en medio de tantas flores, plantas y cuidados, esas tumbas quedaron desmerecidas.
Poco a poco el día de recordación fue haciendo su camino hacia el final, el atardecer trajo lentamente la oscuridad y se hizo la noche.
El cementerio quedó en silencio y desierto. Los vendedores recogieron sus cosas, desarmaron los puestos, contaron las ganancias e iniciaron el regreso a casa. Los funcionarios municipales cerraron las puertas e hicieron lo mismo.
El recuerdo acompañó a casa a miles de visitantes. Los que ya no están en este mundo se mantienen vivos en el corazón de quienes los amaron, quisieron y apreciaron en vida. El cementerio quedó en paz, como sus muertos.
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