Paysandú, Sábado 06 de Noviembre de 2010
Nacionales | 01 Nov Los promotores del turismo de avistamiento de ballenas en Latinoamérica debatieron en Uruguay cómo controlar el fuerte crecimiento que ha tenido la actividad en la última década y lograr un sistema que certifique las “buenas prácticas marinas”. Reunidos tres días en Punta del Este, especialistas y operadores expertos en el avistamiento de cetáceos de Costa Rica, Chile, Brasil, Argentina y Uruguay defendieron el turismo responsable en torno a las ballenas como herramienta para la conservación de estos animales, que durante décadas fueron cazados para utilizar su carne y aceite.
Para Marcela Vargas, de la Sociedad Mundial de Protección Animal (WSPA), el avistamiento de cetáceos --que genera cerca de 300 millones de dólares anuales en Latinoamérica-- es “un nuevo orden” en el cual se busca “una nueva relación ganar-ganar”. “Las comunidades que practican esta actividad ganan porque obtienen sustento y los animales ganan porque tienen la oportunidad de seguir adelante con sus vidas”, explicó a la AFP.
La organización ve el fuerte crecimiento del turismo de avistamiento de cetáceos como una oportunidad para llamar la atención de los grandes tomadores de decisiones mundiales sobre una actividad que genera microempresas en pequeñas comunidades costeras, al tiempo que se respeta el bienestar animal. En ese sentido, la ONG está iniciando una campaña ante las Naciones Unidas para incluir el avistamiento de ballenas en la Conferencia Rio + 20 que se desarrollará en 2012 en Rio de Janeiro.
“A diferencia de otras actividades económicas que se han dado de manera desordenada o quizás impulsadas por la maximización de rentabilidad, en el whale watching existe la posibilidad de desarrollar una actividad tomando en cuenta otros elementos, que no sólo sea la rentabilidad sino también el retorno hacia el ambiente y hacia la sociedad. Es un nuevo círculo virtuoso que incluye bienestar económico, bienestar de los animales y bienestar social”, sostuvo. Pero para lograr esta meta, subrayó, se requiere la planificación desde el principio y una responsabilidad compartida por todos los que participan en la actividad. “No esperemos a que exista un exceso de embarcaciones para hacer una regulación (...) Hay que trabajar donde la actividad es incipiente, ver cuáles van a ser las regulaciones y las autorregulaciones”, advirtió.
Para Elsa Cabrera, del Centro de Conservación Cetácea de Chile, país que desde 2008 es santuario de ballenas, la forma de asegurar la sustentabilidad de la actividad es con estrategias que involucren a las propias comunidades. “Si las comunidades forman parte de las decisiones es más probable que se cumplan. Un trabajo participativo permite que las decisiones sean comprendidas y apoyadas por quienes las tienen que implementar”, explicó en su charla, en la que ofreció ejemplos de casos en los que comunidades adoptaron el lema: “la conservación es mi negocio”.
Según datos del IFAW (Fondo Internacional para la Protección Animal y su Hábitat), el turismo de avistamiento de ballenas en Sudamérica está creciendo a una tasa de 10% anual, y de 13% en Centroamérica y el Caribe.
El sitio pionero en esta actividad es la argentina Península Valdez, donde hace 35 años que se desarrolla la observación de cetáceos y a donde llegan cada temporada entre 600 y 800 animales.
Un turismo atractivo además por su alto poder adquisitivo. “Apuntamos a una certificación marina, que sería una forma de promocionar y convocar el turismo que pretendemos, que es el de alta calidad, de alto nivel adquisitivo y de un enorme nivel de conciencia y sensibilidad”, explicó Rodrigo García, de la ONG Organización para la Conservación de Cetáceos (OCC) de Uruguay. Este turista “busca que la embarcación no solo cumpla un decreto sino que a bordo se realicen prácticas que tienen que ver con la sostenibilidad, como la atención al visitante, la seguridad a bordo y la puesta en práctica por ejemplo de disposición de residuos y la operativa marina del acercamiento”, añadió.
Para José Truda, del Centro de Conservación Cetácea de Brasil, una certificación de calidad representaría “una herramienta de mercado que puede contribuir con la conservación de los animales. Necesitamos un turista que valore la certificación, el gran desafío es cómo hacerlo y cómo tratar el tema de la diversidad regional”, aseguró.
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