Paysandú, Lunes 08 de Noviembre de 2010
Opinion | 06 Nov La centralización en la atención de salud significa un impacto negativo en la calidad de vida de los residentes del Interior, y este déficit es directamente proporcional a la lejanía con Montevideo, pero sobre todo adquiere ribetes dramáticos cuando se trata del interior profundo, de los poblados, caseríos y establecimientos ubicados en alejadas áreas rurales.
Esta discriminación no es nueva, sino que se corresponde con un ordenamiento político, territorial y socioeconómico del país que viene desde el fondo de la historia, por lo que en realidad la salud es parte de la regla que se manifiesta en todos los órdenes, en abierto perjuicio de más de la mitad de los habitantes del país.
A través de material proporcionado en Paysandú en el marco del Programa Nacional de Salud Rural, cuyo lanzamiento se efectuó en Guichón con la presencia del presidente José Mujica y el ministro de Salud Pública, Daniel Olesker, entre otros representantes del Poder Ejecutivo, fueron divulgadas cifras que abonan esta evaluación, como es por ejemplo el hecho de que si bien en Uruguay hay un promedio de 4,3 médicos por cada mil habitantes, esta relación tiene variantes sustanciales de acuerdo al área considerada, desde que por ejemplo el 73 por ciento de los médicos se encuentra en Montevideo, donde hay 7,2 galenos cada mil habitantes, en tanto en el norte del río Negro la relación es de 1,7 cada mil pobladores, es decir unas cuatro veces menos.
El interior rural, y sobre todo el norte del río Negro, es el gran relegado en los servicios de salud, y la relación médico-paciente es un indicativo muy certero de esta discriminación, pero el problema no se circunscribe a este factor, desde que si bien comienza por los servicios primarios de salud, las diferencias se acentúan cuando ingresamos en etapas siguientes, en las que se hace más importante la incorporación de infraestructura y tecnología para el diagnóstico y tratamientos consecuentes.
De acuerdo a datos al 30 de junio de 2010, en el Uruguay hay 14.726 médicos, de los cuales 11.125 trabajan en Montevideo, en tanto en todo el resto del país lo hacen 3.501, lo que da la pauta de una diferencia abismal que es preciso corregir desde el punto de vista estructural, por un lado, y en lo que refiere a los incentivos económicos para los profesionales del área, por otro, como elementos complementarios y coadyuvantes, ya desde el inicio de la carrera de la medicina.
Un elemento a tener en cuenta es que se desprende de estas cifras que poco más de la cuarta parte de los médicos recibidos atiende a casi el 60 por ciento de la población del país, es decir en todo el Interior, y en cuanto a los enfermeros la situación no varía sustancialmente, como es de prever: el 34 por ciento trabaja en el Interior, en tanto el 60 por ciento lo hace en Montevideo, desde que en la capital se ha creado un círculo regenerativo de servicios, demanda de personal, infraestructura y capacitación que sigue postergando al Interior.
En Montevideo y más aún en el anillo metropolitano, los servicios y los centros de alta tecnología están al alcance de la mano, pero no ocurre lo mismo con quienes residen en Rivera, en Artigas, en Treinta y Tres, donde la lejanía es un elemento que conspira contra la posibilidad de recibir atención en tiempo y forma, lo que plantea por lo tanto desafíos para buscar alternativas y/o compensar este déficit.
Pero también es claro que en la capital hay demasiados galenos para cubrir las necesidades de esa población –es bien sabido de muchos que tras recibirse terminan trabajando como taxistas o en cualquier otro empleo--, lo que se explica por las políticas centralistas de la Universidad de la República. Esto es porque Medicina es una carrera larga y demasiado costosa para los estudiantes del Interior, mientras que para los montevideanos resulta relativamente fácil y accesible asistir ocho o diez años a la Universidad hasta obtener el título, mientras están en su ámbito, viviendo en la casa de sus padres y hasta aportando algo con algún empleo. Este estudiante, que hace su carrera gracias al aporte de todos los uruguayos, ni siquiera tiene obligación alguna de retribuirle a la sociedad el sacrificio que hizo por el, por ejemplo haciendo pasantías obligatorias en el Interior profundo, por lo que lógicamente buscan su futuro en su propia ciudad, Montevideo.
Pero dada esta situación --que difícilmente cambie--, uno de los aspectos en los que debería ponerse énfasis para suplir las falencias es generar una red de detección precoz de factores de riesgo y de patologías, con marcado trabajo en la prevención en policlínicas rurales, giras de médicos, centros de salud y/o hospitales, lo que requiere una afectación adecuada de recursos humanos y materiales, pero también una planificación a tono con las exigencias del medio rural.
Estas deficiencias son tan marcadas que difícilmente pueda llegarse a modificar más o menos significativamente este panorama en el corto y mediano plazo, sobre todo porque con el paso de los años y los meses queda al desnudo que la reforma nacional integrada de la salud ha intentado una serie de medidas al estilo montevideano, que se ha pretendido extender al Interior extrapolando acciones pensadas para el medio capitalino como si el país fuera uno solo.
El gran postergado en esta reforma sigue siendo el Interior, donde las carencias subsisten pese al paso de las décadas, porque además los institutos de medicina altamente especializada continúan concentrados en Montevideo y aunque la regionalización sería una respuesta válida para por lo menos mitigar la asimetría que perjudica a los habitantes del Interior en lo que refiere a la salud, hasta ahora hemos tenido mucho más anuncios que realidades.
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