Paysandú, Martes 09 de Noviembre de 2010
Opinion | 09 Nov Tres personas fallecieron el pasado fin de semana en accidentes de tránsito protagonizados por conductores alcoholizados. Los medios de comunicación dieron cuenta que en Montevideo, una adolescente de 15 años que conducía una moto por la ruta 102 fue atropellada por un auto que viajaba en el mismo sentido. Ella murió y su acompañante, un joven de 17, años está en coma.
En Maldonado otro joven, de 27 años, que viajaba como acompañante en el asiento trasero de un automóvil murió en un vuelco ocurrido en la ruta 39. El conductor también estaba alcoholizado. El tercer accidente, que tuvo igual causa ocurrió en nuestro departamento e hizo perder la vida a un trabajador de Guichón que circulaba por ruta 90, al ser atropellado por un conductor alcoholizado.
Los efectos del alcohol sobre el organismo humano se conocen bien. También sus consecuencias sobre la conducción de vehículos.
Está demostrado que el alcohol deteriora marcadamente la función psicomotora y la capacidad para conducir con seguridad aumentando el tiempo que tarda la persona en decidir qué hacer y cuándo actuar. Además, deteriora la coordinación manual, la atención y la resistencia a la monotonía, así como la capacidad de juzgar la velocidad, la distancia y la capacidad para hacer frente a una situación inesperada.
La lista es larga e incluye el hecho de que el alcohol produce un efecto de sobrevaloración de la persona dando lugar a una mayor seguridad en sí mismo que, unido al deterioro de las funciones cognitivas, ocasiona un mayor riesgo de accidente.
Como tantos otros siniestros de tránsito, éstos a los que hacemos referencia no son fruto del destino o la fatalidad, sino de la inconsciencia y la falta de responsabilidad de personas que con demasiado alcohol en el cuerpo se ponen detrás de un volante, o lo que es lo mismo, sabiendo que conducirán, se emborrachan, sin pensar siquiera en las posibles graves consecuencias de esa decisión.
Conducir si se ha tomado alcohol no es sólo algo pasible de ser sancionado por la legislación vigente sino, fundamentalmente, una conducta temeraria capaz de poner en grave riesgo la vida propia y la ajena. Los lamentables ejemplos que dejó el fin de semana hablan por sí mismos y confirman una vez más que protagonizar un accidente cuando se conduce alcoholizado no es accidental sino altamente previsible.
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