Paysandú, Viernes 12 de Noviembre de 2010
Opinion | 10 Nov A partir de la crisis internacional han cambiado los vientos en Europa, donde por muchos años sus países fueron un ejemplo a imitar en cuanto a la creación de riqueza y, sobre todo, porque el desarrollo de sus grandes economías y avances tecnológicos permitían sostener un estado de bienestar apoyado en esquemas que parecían sólidos y eran referencia sobre todo para las naciones en desarrollo.
Pero bastó el empujón de la crisis inmobiliaria en Estados Unidos y el estallido de la burbuja financiera para dejar en evidencia que ya nada será como antes en el Viejo Mundo, porque el efecto dominó de la crisis puso al desnudo graves falencias en la sustentabilidad de este esquema socioeconómico de bienestar, basado en economías presuntamente sanas y con amplia disponibilidad de recursos para mantener desempleados, pagar subsidios a productores agrícolas con costos comparativos muy superiores a los de países en desarrollo, y construir generosos sistemas de seguridad social.
Pero la “calesita” no puede durar siempre y ha llegado el momento del sinceramiento de muchas de las economías europeas, que han llegado a un altísimo grado de déficit fiscal que no puede financiarse con endeudamiento. El desafío que tienen por adelante es abatir los enormes costos del Estado benefactor, que pagan los sectores reales de la economía, para sustentar una recomposición sobre bases reales en la forma menos traumática posible. Como sucede en cualquier hogar, cuando se gasta más de la cuenta llega un momento en que se genera más deuda para pagar las que ya se tienen y los costos van creciendo hasta que al final el esquema resulta inviable y cae como un castillo de naipes. La recomposición, además, resultará imposible mientras se mantengan los mismos problemas estructurales de siempre, lo que indica la necesidad de reformas basadas en la realidad, que implica por ejemplo tener en cuenta el envejecimiento poblacional que torna cada vez más cara la financiación de generosos sistemas de seguridad social, mientras la fuerza laboral se reduce o apenas mantiene la relación.
Al analizar este escenario para el suplemento “Economía y Mercado” de “El País”, Rafael Pampillón Olmedo, doctor en Ciencias Económicas de la Universidad de Barcelona y master en dirección de empresas, subrayó que en una crisis de este calibre, el estado de bienestar construido en Europa después de la Segunda Guerra Mundial llega a su fin, y que este es un momento crucial para aplicar nuevas políticas económicas.
Precisamente el objetivo fundamental de la propuesta es reducir el gasto público y privatizar diversos entes del sector público a efectos de aliviar el déficit fiscal y la presión tributaria, que obstaculiza una reactivación económica sostenida. Sin embargo, para que los recortes presupuestarios no afecten la reactivación, es fundamental que el gasto público se dirija a incrementar la competitividad de la producción.
Claro, una cosa es plantear lo que se debe hacer y otra muy distinta es avanzar efectivamente en reformas que en principio resultarán de un costo social muy significativo, y por ende tendrán como efecto inmediato resistencia de organizaciones sindicales, sociales y de sectores políticos oportunistas.
El punto es que las recetas que ya han comenzado a aplicar Holanda, Suecia, en parte Alemania y ahora el Reino Unido, se sustentan en estos elementos, y de acuerdo al análisis de Pampillón, “sólo podrán hacerlo si acometen las reformas necesarias en el mercado laboral, en la seguridad social, en el sistema financiero y sobre todo si recortan el gasto, ya que su incremento está generando un enorme déficit fiscal que al final se convierte en deuda”.
De todos modos, recortar el gasto también conlleva establecer prioridades e identificar dónde hay que aplicar la tijera, ya que es vital para las naciones incrementar la competitividad de la producción mediante la capacitación del capital humano y la superación tecnológica a través de más investigación y el desarrollo.
Como la “frazada corta”, que no da para cubrir al mismo tiempo la cabeza y los pies, el dirigir recursos hacia estas áreas estratégicas significa que deberán detraerse de otros destinos que hasta ahora consumían buena parte de este dinero, sobre todo los subsidios y la seguridad social, bases del Estado benefactor a que nos referíamos. Por lo tanto, hay sacrificios pendientes para la necesaria reconversión al nuevo escenario y lograr que la recuperación no dure lo que un suspiro, simplemente para disfrutar las mieles de una mentira para vivir el momento.
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