Paysandú, Martes 16 de Noviembre de 2010

OPINIONES

SOLICITADA

Locales | 14 Nov PROFESOR WILFREDO RAYMONDO
Decían que era oriundo de Colonia y que había sido uno de los primeros egresados de Educación Física del país, si no el primero. Y aunque no lo hubiera sido cronológicamente hablando, para muchos de nosotros siempre será el primero e indiscutido Profesor de Remo y Natación; ahora sí, cronológicamente hablando, en este preciso orden, de la historia del Uruguay.
Vivía en la esquina Sureste de avenida Brasil y Perú, en el barrio del Puerto, desde donde salía todos los días, en horas tempranas de la tarde desde su casa, en su inolvidable Renault “Gordini” azul para desarrollar su magna obra en el Club Remeros. Empezó con el remo, durante algún tiempo atendió también la natación y terminó dedicando el resto de su prolífica vida a esta última.
En el remo formó generaciones enteras como la de los “olímpicos” Juan Antonio Rodríguez y William Jones, o la de Oscar Caeiro y Juan Oberti, campeones sudamericanos, entre muchísimos otros, como Esteban Masseilot y los hermanos Sigot. En la natación a muchísimos más, comenzando por Ana María Norbis, Carlitos Scanavino y al “Poliya” Samurio (primer uruguayo en cruzar, ya veteranito, el Canal de la Mancha), Tabaré Oddone (repetido ganador del “Cruce”), Felipe Pintos (el primer sanducero en bajar el minuto en los 100 metros Libre), Darío Queirolo (el mejor “pechista”) o Fernando Silva (el mejor “espaldista”), los Ferragut y las hermanas Peroni (entre tantos otros), salvando distancias temporales y las dimensiones de sus respectivas hazañas.
Con él festejamos grandes y pequeñas victorias (que siempre fueron grandes para nosotros) y sufrimos juntos –también- la injusticia de algún campeonato que nos “birlaron” mientras el plantel remontaba triste, pero más unido que nunca, durante la noche, “nuestro” Río Uruguay, en el “Favorita Isola”, del Club de Pescadores, a fines de los ’60.
¡Cómo no recordarlo, de bermudas y a los gritos, desde algún bote, desde la planchada de la piscina flotante o caminando por el borde de la pileta, ayudado a veces de un gran megáfono blanco!; ¡cómo no recordarlo con aquellas dos tablas con ranura al medio que al golpearse producían el sonido de un disparo, para largar una carrera, tratárase de un mero “pique”, un “ranking” o una competición de campeonato!
¡Cómo no recordarlo presidiendo dignamente todas nuestras delegaciones fuésemos donde fuésemos, dentro del país o en el exterior!
¡Cómo olvidar que en la alegría inmensa de tantas victorias pugnábamos por tirarlo al agua porque nunca en realidad supimos si sabía o no nadar…!
Un triste día de mediados de la década de los ’70 se nos fue del Club y de Paysandú para asumir la Dirección del Campus de Maldonado, donde tenía, todavía, mucho por hacer. Se nos fue materialmente claro, porque siempre permaneció (y permanecerá) en el grato recuerdo y el corazón de quienes tuvimos el honor de ser los integrantes de alguno de sus planteles.
Paysandú le homenajeó reiterada pero insuficientemente. La pileta de la Plaza de Deportes lleva su nombre por iniciativa aprobada por la Junta Departamental durante el quinquenio 1990-1995, pero Raymondo se merecía, de Paysandú, mucho más…; una pileta olímpica de 50 metros y 8 andariveles quizás…
De todos modos, el gran profesor concurrió algunas veces por derecho propio y representándonos a todos nosotros (a todo el país) a los Juegos Olímpicos de los últimos lustros, personalmente, o a través de sus más destacados discípulos, sea como competidores o como representantes de nuestras federaciones nacionales de Natación y Remo.
Como Profesor (siempre con mayúscula) supo conjugar la exigencia con el respeto, el afecto que nos mancomunaba a todos, con la sociabilidad que nos abría las puertas en cualquier lado. Bajo el slogan “Paysandú aprende a nadar”, en cuanto hubo la piscina cerrada, integró humildes alumnos no pudientes de las escuelas públicas a su plantel, elevándolos a otros niveles de orden socio cultural, del mismo modo como había llevado a Juan Antonio Rodríguez a competir con un hermano de la Princesa de Mónaco, a alguno de sus remeros con Alberto Demiddi, campeón mundial y a muchos de sus nadadores con el “Pepe” Scioli, hermano menor del ex vicepresidente argentino, preparándonos a todos por igual para alternar con un mundo que, aunque no estuviera aún “globalizado”, no tenía por qué sernos necesariamente ajeno y distante, haciéndonos protagonistas.
Y –sobre todo- supo mantener siempre, sin perder jamás, la necesaria ascendencia limitadora sobre los padres. De todos modos, todos estaban con él: Adelita Fraschini de Palmieri, Mario Díaz, Edelberto Fornessi, Juan Scanavino, Felipe Vidal, los Ferragut y tantos más, colaborando a su lado o apoyando al equipo desde su hogar.
Esta es una necesaria síntesis, debida -por muchos de nosotros- a su memoria, apretada, insuficiente, quizás sujeta a alguna que otra corrección o aumento.
Valdría la pena bucear en lo mejor de nuestros recuerdos para conformar su rica biografía a fin de dejarla estampada para la eternidad el día que Paysandú ha resuelto homenajear, en la Junta Departamental, a sus hijos más destacados.
Wilfredo Raymondo supo ser uno de ellos, por adopción fundada en el más profundo de los afectos y la más sincera de las gratitudes.
Hasta siempre, Profesor; partiste a reencontrarte con nuestro querido Marcel.
Permita Dios, también, algún día, nuestro reencuentro.
Firman: varios de sus discípulos.


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