Paysandú, Jueves 18 de Noviembre de 2010
Locales | 15 Nov La puerta no tiene timbre ni llamador. Había uno pero era de bronce y se lo robaron. No obstante, apenas alguien llama es abierta rápidamente. Al ingresar todo huele a limpio y lo que era una vieja casona se nota bien mantenida, ordenada y agradable.
Algunos sillones a los que se adivina distinta procedencia y edad, seguramente donados por personas que los cambiaron por otros nuevos, una mesa circular con seis sillas y arreglo floral producto de la manualidad de alguna de las mujeres que ha pasado por allí definen la sala principal a la que dan las oficinas y algunos de los dormitorios. La vista se va hacia un acogedor rincón con alfombra, muchas muñecas y peluches, el sueño de cualquier niña o niño pequeño.
Seguramente es una casa muy diferente a la nuestra pero, de alguna forma, es un hogar. Y ofrece mucho más que techo y comida a personas que se encuentran entre los más vulnerables de nuestra sociedad: mujeres, niños, jóvenes y ancianos víctimas de violencia doméstica, personas que han sido dadas de alta de la sala de cirugía del Hospital y no tienen dónde quedarse, ya sea porque viven en el campo o están desamparados en la ciudad.
Gente que diariamente es discriminada o considerada paria de la sociedad: seropositivos, personas con problemas siquiátricos, ex presidiarios en busca de una nueva oportunidad.
Todos llegan al Refugio La Heroica, ubicado en Sarandí casi Zorrilla de San Martín, con pocas o ninguna pertenencia y la pesada mochila de su propia historia personal.
“NUESTRA CASA DE PASO”
Martín tiene 26 años y Miguel 37. Preparaban el mate y se les enfrió el agua por conversar con quien esto escribe.
Recién habían terminado de pintar la cocina. “Acá todos colaboramos, es nuestra casa de paso”, dice Miguel a modo de presentación y con una frase que suena un tanto contradictoria aunque plenamente válida: son conscientes que no estarán allí para siempre pero se sienten a gusto en lo más parecido a un hogar que han tenido en mucho tiempo.
De pronto, lo que parecía un diálogo casual en una recorrida por las instalaciones del lugar se transformó, a pedido de uno de ellos, en una extensa y larga conversación en la que varios de los residentes del hogar brindaron testimonio sobre sus vidas, denunciaron lo que entienden es un trato injusto y discriminador de la sociedad y pidieron la oportunidad de ejercer su derecho al trabajo.
Miguel se gana la vida como vendedor ambulante, actividad que empezó hace dos meses con 160 pesos que pidió prestados y devolvió. Conoce a fondo el trabajo rural y también es medio oficial de la construcción. Exhibe una gran determinación de vivir y está en tratamiento por su enfermedad. “Cuando esto era sólo para la noche muchas veces protesté a la coordinadora porque yo no estaba en condiciones de salir con la lluvia que había algunos días. Había que irse a las 9 y eso en invierno es muy duro para la persona que está en la calle. Soy seropositivo y cuando salí del hospital estaba muerto en vida, no llegaba a comer un plato de comida pero ahora le encontré sentido a la vida; estar acá es transitorio, quiero independizarme y salir adelante”, añadió.
“Paysandú es un lugar donde se discrimina muchísimo. Lo estoy viviendo en carne propia. ¿Esas personas no piensan que lo mismo le puede pasar a un hijo, un hermano, sobrino o ellos mismos? Me he topado con muchas barreras, no me importa el qué dirán pero quiero poder pelearla día a día”, dijo.
Martín dice que es sumamente importante que existan lugares “que te dan un techo y alimento cuando más lo precisás”.
Un ex presidiario de 35 años afirma que quiere trabajar. “Para quienes estuvimos en la cárcel la reinserción no existe, es mentira. Ni con títulos universitarios como tengo yo”, sostiene. Jorge tiene 60 años, es de Rivera y vino a Paysandú por un trabajo como tractorero que estaba ocupado cuando llegó. Ahora, espera una nueva oportunidad.
Elsa tiene 57, no dijo qué circunstancia la llevó al refugio, pero agradeció “haber recibido auxilio en el momento que precisé” y se mostró contenta por sentirse contenida por el apoyo de sus compañeros y el personal del lugar.
Dice que sabe cuidar niños y necesita trabajar. Es una de las mujeres que hace manualidades y pidió a la periodista que ponga en la nota que se necesitan agujas, lana e hilo para hacer crochet y tejer. También dijo que se está necesitando una plancha, porque hay una joven que está por dar a luz y están lavando y aprontando ropita de bebé que han conseguido para su ajuar. “No tenemos con qué plancharla, sería lindo si se la pudiéramos aprontar”, añadió.
Otra mujer adulta llegó con su esposo desde Corrientes (Argentina) y aún no han encontrado trabajo. Hay una madre con sus hijas que está viviendo en el refugio por una situación de violencia doméstica.
En total, son 26 las personas que actualmente están usufructuando el servicio que ofrece el Refugio La Heroica, que desde el 1º de noviembre fue ampliado a las 24 horas luego de funcionar desde su creación como refugio nocturno.
NO ES UN HOTEL
Las personas que llegan al refugio, en su mayoría lo hacen derivadas desde otras instituciones, tales como la Unidad de Violencia Doméstica o el Hospital. Son admitidas si están en situación de calle o vulnerabilidad social pero deben ser autoválidos. Reciben desayuno, merienda, almuerzo y cena --que deben ayudar a realizar--, además de un lugar donde dormir y permanecer durante el día.
En contrapartida, deben ajustarse a las normas de funcionamiento referidas a la higiene obligatoria, el lavado de su ropa y colaboración en la limpieza y funcionamiento general del lugar. No se permite tomar alcohol ni consumir ningún tipo de sustancias adictivas, ni tampoco ingresar al lugar bajo los efectos de estas adicciones.
Consultada respecto al tiempo máximo que puede permanecer una persona en el refugio, su coordinadora, Laura Krenz, dijo que “depende de cada situación” pero que “constantemente les estamos haciendo notar que esto es transitorio”. “Si bien se crean vínculos afectivos importantes con los funcionarios e, incluso, con el espacio físico, ellos saben que tienen que trascender este lugar porque esto no es su casa propia”, enfatizó.
“Teniendo en cuenta los pocos días que hace que comenzamos a funcionar bajo esta nueva modalidad, creo que estamos bien encaminados aunque en realidad es una experiencia nueva y hay que hacer ajustes sobre la marcha”, agregó.
“No es sencillo hacerle ver a alguien que no lo están echando sino que esto es una oportunidad y que deben aprovecharla al máximo mientras están acá. Los apoyamos para que salgan a buscar empleo y puedan sostenerlo. Por eso, realizamos un seguimiento y apoyamos a las personas que los reciben en el trabajo”.
“Estamos atentos a las oportunidades de trabajo que puedan surgir y valoramos mucho que quienes puedan ofrecerlo nos avisen porque es posible que entre la gente que está en el refugio haya personas esperando esa oportunidad y tengan el perfil como para hacerlo”, agregó.
TALLERES Y
compromiso sociaL
Actualmente, el refugio está instrumentando talleres que permiten a las personas que están bajo su amparo adquirir ciertas habilitades prácticas para la vida y que pueden servirles como salida laboral. Uno de ellos es la elaboración de alimentos y otro el taller de costura, en el que se cose a mano ante la falta de una máquina. “Si alguien puede donar una máquina de coser sería muy bueno”, dijo Krenz.
Al preguntarle cómo cree que es percibido el refugio La Heroica por la sociedad sanducera, la coordinadora del lugar opinó que “ya está posicionado en el medio y Paysandú lo siente como propio”. “No es el refugio de la Intendencia ni el refugio del Mides y por eso creo que socialmente hay mucho compromiso con este lugar. Por ejemplo, uno pide una cosa y al rato tenés gente trayéndote hasta lo que no pediste. La mitad de las cosas que tenemos acá adentro han sido aportadas por la comunidad sanducera y para nosotros eso es sumamente importante”, agregó.
De esta manera, los organismos que sostienen económicamente su existencia, la sociedad que colabora, los trabajadores y residentes del refugio coinciden, desde diferentes perspectivas, en la necesidad de este nuevo espacio de amparo a los más desprotegidos. Ya no es un techo para las noches, cena y abrigo lo que reciben quienes demandan este servicio. Funcionar las 24 horas abre otras posibilidades para todos los que desde allí adentro esperan cada día que mañana sea mejor que hoy. Afuera, en la pared, hay un cartel que dice “Refugio Nocturno”. Hay que cambiarlo.
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