Opinion | 26 Nov Una nueva edición del carnaval se encuentra prácticamente a las puertas, desde que en diciembre se realizarán algunos espectáculos, lo mismo que en enero, preparatorios de lo que será febrero, el mes regido por dios Momo.
No quedan dudas que es una fiesta de expresión popular, pero sí puede ponerse en duda que sea una festividad popular, especialmente en lo que se refiere al Concurso de Agrupaciones. En los desfiles, el público se cuenta por miles, pero en el principal escenario carnavalero, la situación es diferente. De acuerdo a datos oficiales, el año pasado se vendieron 10.000 entradas –muy económicas, por cierto-- en diez espectáculos, lo que significa que el apoyo de la ciudadanía es mínimo.
En los últimos años se ha apreciado una paulatina reducción de la cantidad de público que concurre al Concurso, sin que la tendencia haya podido ser revertida hasta el presente y donde el precio de la entrada no parece ser la principal causa.
Sí deja en evidencia que muy probablemente la “propuesta” de los diferentes grupos no sea la que el público quiera o necesite, la que espere en un escenario carnavalero. Los grupos sanduceros, especialmente las murgas, permanecen en la propuesta de corte político, lo que en otros escenarios, como en Montevideo, ha vuelto a ser dejada de lado después de ser la principal expresión popular apenas terminada la dictadura.
Las tendencias no se revierten en poco tiempo, pero dado que el público sigue estando lejos del escenario carnavalero, quizás sea tiempo de volver a la risa, a la carcajada, que no tiene por que ser hueca ni sin contenido. Pero sí quizás sea tiempo de terminar con una sobredosis de política partidaria desde la escena y dejar otra vez paso a la sátira, a la diversión, y también -bienvenida sería- a la esperanza.
Es carnaval, es diversión; con contenido si se quiere, pero no desde el negro, sino montados en el arcoiris.