Paysandú, Viernes 10 de Diciembre de 2010
Opinion | 08 Dic Quienes ostentan el poder durante siglos y siglos, se creyeron invencibles. Más allá del bien y del mal. Por encima del resto de los pobres mortales, aunque ellos mismos lo sean. Pero hay instantes en la vida en que ese poder se sacude y se abren espacios para que el individuo común se abra paso y obtenga una mejor distribución del mismo.
Lo ocurrido hace pocos días cuando WikiLeaks reveló 250.000 cables diplomáticos, que están siendo analizados y publicados por cinco diarios a quienes la organización facilitó la información, le han comunicado a la clase política de forma insoslayable que hay un nuevo cambio global y que éste los incluye.
Como claramente lo destacó el presidente uruguayo José Mujica, qué dicen los cables no es la noticia, eso es “chusmerío”, puesto que lo que queda son los hechos y no los pormenores. Pero hoy lo que realmente importa es que la potencia más poderosa del mundo (y técnicamente más avanzada) haya sido incapaz de proteger no un cable hurtado al pasar, sino cientos de miles de comunicaciones diplomáticas. Esta es la noticia. La novedad es que el poder ya no es tan poderoso. Esencialmente eso fue por la soberbia de los funcionarios y políticos. Porque las herramientas para cuidarse de tales filtraciones son hoy más abundantes, más baratas, más seguras y más universales que hace 30 años. Pero, simplemente, no las usaron. Empezarán a hacerlo a partir de ahora, pero la lección de humildad y el baño de realidad les ha caído encima, tan dura como los aviones que derribaron las Torres Gemelas de Nueva York en 2001.
Asimismo, esta “Operación Transparencia Total” del grupo liderado por Julian Assange, quien fue detenido en la víspera por la policía británica por requerimiento de Suecia, no relacionado a este escándalo, permite imaginar cómo sería un mundo donde el hombre común, al que sólo se le pide el voto una vez cada cinco años, tuviera una cuota de poder mayor, simplemente por poder acceder a la información que los funcionarios y políticos retienen para sí. ¿Será tan bueno poder escudriñar en los más íntimos pensamientos de cada país, o esto derivará en una nueva forma de terrorismo? Solo el tiempo podrá darnos la perspectiva necesaria para dilucidar hasta dónde es correcto –y ético—divulgar los pormenores de la diplomacia internacional.
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