Paysandú, Martes 14 de Diciembre de 2010
Opinion | 08 Dic Pasan los años, pero continúa siendo un hecho invariable que uno de los grandes desafíos que se presenta al país y que no puede ser solo cosa de un gobierno ni de dos, sino del presente y el futuro, es el de ofrecer una mejor educación y capacitación, a efectos de poner el conocimiento al alcance de las nuevas generaciones en apoyo al desarrollo y la mejora de la calidad de v ida de la población.
Esta problemática es muy vasta y constituye un aspecto fundamental sobre todo para las pequeñas economías como la uruguaya, que necesita establecer un valor diferencial más allá de su carácter de exportador de commodities y a la vez captar inversiones de empresas que tienen el know how, pero que necesitan técnicos y mano de obra capacitada como condición indispensable para instalarse y eventualmente reinvertir.
En los países denominados “emergentes”, una de sus características era proporcionar mano de obra barata a los inversores, a la vez de proporcionar condiciones muy “flexibles” para la inversión en materia de preservación del medio ambiente y explotación de los recursos naturales, los que actualmente constituyen elementos indeseables, aunque sigan manifestándose en algunas naciones que cierran los ojos con tal de captar capitales para por lo menos paliar el subdesarrollo crónico.
Pero a esta altura del tercer milenio los antes denominados países subdesarrollados y luego eufemísticamente en vías de desarrollo, a sus ventajas naturales deben agregar el capital humano indispensable para potenciar atractivos y recibir la inversión que haga la diferencia para su desarrollo.
En el Uruguay, con una “bonanza” prendida con alfileres al depender exclusivamente de que sigan manteniéndose los buenos precios de las materias primas que exporta, es fundamental sacudirnos el estigma de esta vulnerabilidad mediante la consolidación y la diversificación, apuntando a la evolución tecnológica, a la incorporación de valor agregado y a la apuesta a la calidad por encima de la cantidad.
Y es impensable llegar a ello si no encaramos de una vez por todas una reforma de la educación en todos sus niveles, pero precisamente situándonos en las antípodas de la Ley de Educación vigente, que solo se ocupa de distribuir el poder en el gobierno de la enseñanza, y que surgió de la presión de las gremiales del sector luego de las asambleas pseudo populares en las que solo participaron los directamente interesados, con la población al margen.
En cambio, urge evolucionar a una enseñanza técnica y universitaria a tono con los tiempos, libre de prejuicios ideológicos, como el intento de mantener la omnipresencia y exclusividad del Estado en áreas en las que es posible y más aún necesario contar con el aporte privado, incluyendo la participación de empresas para invertir en la formación del capital humano que requiere el país.
Hay países emergentes que resultan un buen ejemplo de lo que se debe hacer para ponernos a tono con los desafíos de estos tiempos, como es el caso de la India que con sus peculiaridades, desigualdades sociales y nichos problemáticos que datan de siglos y que se vinculan con su cultura milenaria, se encamina hacia el desarrollo al haber multiplicado en los últimos años su Producto Bruto Interno, incorporado infraestructura y mejora de la calidad de vida de su pueblo.
Salvando las distancias, desde que por su tamaño y otras condicionantes tiene un escenario que no es extrapolable al Uruguay, la India es un buen ejemplo de lo que se puede hacer cuando hay un objetivo claro y se traza como política de Estado, que es la única forma en que se pueden obtener resultados a mediano y largo plazo. Ha puesto el énfasis en potenciar sus recursos humanos, sobre todo en materia informática, y sus profesionales no solo cuentan con un sólido bagaje de conocimientos teóricos, sino que también han adquirido destrezas que les permiten desempeñarse sin ninguna clase de dificultades para resolver problemas que se les presentan a empresas internacionales que promueven la inversión fuera de fronteras.
Es indudable que cualquier país, pero sobre todo en el caso de los subdesarrollados, como el nuestro, para aspirar al crecimiento sustentable debe contar con un buen nivel de educación superior, inversión en la investigación, capitales de riesgo y emprendedores, con una palanca fundamental en un sistema universitario que fomente la combinación del conocimiento teórico con su aplicación práctica, de la misma forma que sus escuelas técnicas e institutos de capacitación, a partir además de una profunda revisión de la esencia de los programas de enseñanza secundaria, donde el estudiante se pierde en un mar de generalidades y abstracciones a las que no encuentra aplicación práctica.
Y por ahora, vemos que se hace poco y nada para revertir este escenario, por lo que seguimos perdiendo rueda respecto a los países que avanzan con rumbo firme, más allá de las coyunturas.
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