Paysandú, Miércoles 22 de Diciembre de 2010
Opinion | 19 Dic El Anuario Estadístico de la Educación 2009, presentado recientemente por el Ministerio de Educación y Cultura señala que fueron aproximadamente un millón los estudiantes que cursaron distintos niveles educativos en el país durante ese año, registrándose importantes resultados de los esfuerzos que se realizan para incrementar la cobertura educativa en los primeros años de vida.
Precisamente, las autoridades destacaron los esfuerzos realizados para incrementar la cobertura educativa en los primeros años de vida. Según datos del Instituto Nacional de Estadísticas, en 2009 el 52,5% de los niños de 3 años, el 86,6% de los de 4 y el 97,3% de los de 5 años de edad, asistían a algún establecimiento educativo. Esas cifras representan un incremento relativo en relación con 2008 del 22,7%, 11,2% y 2,1%, para cada uno de esos niveles.
Sin lugar a dudas, esto significa el cumplimiento de una meta importante y el gran desafío que tiene ahora por delante el sistema educativo es hincar el diente en serio a los problemas de la educación media, que tiene 320.420 alumnos (177.015 en educación media básica, 143.405 en educación media superior).
Allí los llamados eventos “de riesgo”, como el ausentismo, los cambios de modalidad en el caso de los bachilleratos, el retiro del sistema educativo con la idea de retomar al año siguiente, o el abandono, son cada vez más preocupantes.
En este sentido, la propia directora general del Consejo de Educación Secundaria, Pilar Ubilla, dijo que este subsistema afronta numerosos problemas históricos, algunos de gran magnitud como un organigrama que data de 1935, cuando había 12 liceos (hoy existen 360 liceos públicos y debe realizarse el contralor de una cantidad similar de institutos privados) y que esta estructura “completamente desactualizada”, genera obstáculos organizativos importantes y una centralización exacerbada, tanto en los aspectos administrativos como en los pedagógicos.
Señaló también que la Enseñanza Media en Uruguay adolece “de una cultura institucional vertical y adulto-céntrica que no permite el disenso, que no trabaja los contenidos sobre la idea de la transformación sino de la repetición, a la que le cuesta enormemente producir novedad” y que para lograr acuerdos sobre transformaciones educativas es necesario un año de grandes discusiones y debates, como mínimo.
Con este panorama, lo menos que se puede esperar que es que el 2011 sea ese gran año que permita pasar del diagnóstico a los hechos porque el futuro de nuestros adolescentes y jóvenes no admite demoras. El sistema educativo –más bien sus autoridades-- ya tienen deberes para el año próximo.
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