Paysandú, Jueves 23 de Diciembre de 2010
Opinion | 23 Dic Una reflexión plasmada como Ley de Murphy indica que “nunca se puede estar tan mal como para no poder estar peor”, que no la trasladamos con su contenido de fondo pesimista a esta columna, sino como base de partida para tener en cuenta la relatividad de las cosas, y a la inversa, cuando se está muy mal por lo menos cuesta menos estar mejor.
Nuestro país ha sabido de alternativas, de crisis y períodos de bonanza, con la salvedad de que de un tiempo a esta parte las maduras han durado menos y las depresiones han sido más frecuentes y profundas, dejando de lado cierta periodicidad del orden de los veinte años que se daba hasta fines del siglo pasado.
La última gran crisis, la de 2002, no solo cabe recordarse como la más reciente, sino también, lo que nos debe llamar a reflexión, como la más profunda en muchas décadas, con hondas repercusiones sociales que todavía se arrastran hasta hoy y con sectores que han quedado marginados y que no se han reintegrado a la sociedad, aún con las políticas asistenciales que se han llevado a cabo por el anterior gobierno y lo que va del actual.
Debe tenerse presente además, que estas caídas generalmente son consecuencia de contextos internacionales adversos, en el caso de la última una directa consecuencia de la debacle argentina, como antes en 1999 había ocurrido lo mismo por la maxi devaluación brasileña –que a su vez fue lo que precipitó a la Argentina dos años más tarde, y que nos arrastró poco después--, lo que indica que la dependencia de nuestros vecinos nos resulta un condicionamiento muy severo por nuestra pequeñez y sobre todo por hacernos altamente dependientes de los avatares de los que nos rodean.
Pero sería un autoengaño atribuir nuestros problemas a los de los demás, por cuanto nuestra vulnerabilidad es consecuencia de serias deficiencias estructurales que perduran hasta hoy, lo que nos indica que seguimos siendo altamente dependientes del contexto regional e internacional, no porque no hayamos ampliado los mercados –aunque otra vez tendemos a mirar demasiado a Brasil--, sino porque el grueso de la economía está basada en los valores internacionales de unos pocos productos primarios.
Desde 2003, felizmente, nuestro país ha ido restañando su economía y a partir de 2004 se ha recompuesto la dinámica productiva y de reciclado de recursos internos como resultado de los altos precios de los commodities, en una acción sostenida que incluso apenas fue afectada por la crisis financiera internacional de 2008, aunque debe tenerse presente que las consecuencias todavía se están manifestando en Europa y Estados Unidos y que por lo tanto los mercados pueden complicarse de un momento a otro.
Igualmente, este escenario aparentemente de bonanza está lejos de ser más o menos permanente y nadie sabe cuanto puede durar, porque no se han encarado las reformas estructurales –empezando por el propio Estado- para quedar mejor perfilados de cara al futuro, y este es nuestro gran tema pendiente, en el que hemos perdido demasiado tiempo.
Una perspectiva de la situación en que nos encontramos la resume muy bien la economista Graciana del Castillo, quien en declaraciones al suplemento “Economía y Mercado” del diario El País expresó su preocupación por la autocomplacencia de los uruguayos con los logros del crecimiento económico, por cuanto subrayó que se está midiendo la expansión del Producto Bruto Interno (PBI) a partir de 2003, cuando lo que realmente importa es observar la evolución de la economía nacional desde 1998, en que el país entró en recesión.
Significó que comparando simplemente el final y principio de este período, Uruguay solo creció un 30 por ciento en dólares, lo cual no es muy positivo si se tiene en cuenta la fuerte depreciación del dólar en los últimos años, en tanto en tren de comparaciones sostuvo que Perú y Colombia crecieron un 120 por ciento en el mismo período.
Reflexionó Graciana del Castillo, doctorada en economía internacional en la Universidad de Columbia, que además seguimos perdiendo competitividad frente a nuestros vecinos en términos relativos, como indican el Índice de Competitividad Internacional y el Doing Business Project del Banco Mundial, lo que indica que sí debemos preocuparnos y ocuparnos, porque la bonanza es coyuntural, nos ha caído del cielo --y que nos dure--, pero debemos hacer algo realmente efectivo de nuestra parte por consolidarla y sustentarla, antes que se cambie la pisada en el escenario internacional y reaparezcan problemas que por ahora están olvidados pero latentes.
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