Paysandú, Miércoles 29 de Diciembre de 2010
Opinion | 26 Dic Recientemente se dio a conocer un informe PISA internacional respecto a la calidad de la educación, en el que Uruguay no salió muy bien parado en la comparación, por cuanto los valores indican que se ha retrogradado y que la tendencia es precisamente hacia un deterioro y no a una mejora. Este resultado no puede extrañar a nadie que más o menos tenga alguna idea de la situación que se da en el campo de la enseñanza desde hace ya varios años, y por supuesto indica que estamos ante una coincidencia de elementos que coadyuvan para esta degradación, por fenómenos de origen social, por un lado, y también porque quienes tienen a su cargo la conducción de las políticas han puesto el énfasis en aspectos que para nada inciden en la calidad de la capacitación y la formación de las actuales y futuras generaciones.
Empero, pese a esta realidad que rompe los ojos, que la vemos todos los días en los índices de repetición en Primaria, en la deserción en Secundaria y en el ausentismo docente --entre otras manifestaciones--, hay sectores directamente involucrados que pretenden hacer creer que todo pasa por la presunta falta de disponibilidad de recursos y se resisten a reconocer que son parte sustancial del problema.
Al dar a conocer su punto de vista sobre las pruebas PISA, el consejero de Secundaria Daniel Guasco relativizó la fidelidad de este estudio y en cambio propuso realizar pruebas “de carácter más regional” y “más ajustadas a la realidad de la educación pública uruguaya”, es decir cambiar las reglas de juego para aparentar mejores resultados.
Guasco dijo que “es imposible” comparar a Uruguay con un país como Finlandia, “que hace 12 años que destina el 8% del PBI a la educación”. Este razonamiento supone que el problema de la enseñanza en Uruguay se soluciona solo con plata, desconociendo los reales problemas de la educación que son la total falta de rumbo de los planes educativos, la cada vez más menor preparación de los profesores y maestros, el ausentismo docente y la politización de los ámbitos de estudio. De hecho nuestro país ya probó la técnica sugerida por Guasco en otros planos con los nefastos resultados que presentan las cifras del PISA, al exigir cada vez menos a los estudiantes, facilitar hasta el absurdo la reinserción de los desertores del sistema y simplificar al extremo las pruebas de evaluación, de forma de aparentar que la situación está mejorando a través de mayor escolaridad y promoción. Sin embargo no solo no se logró el objetivo, sino que los cada vez menos estudiantes que finalizan la educación media egresan peor preparados y con rendimientos solo satisfactorios para nuestra mediocre aceptación.Ocurre que Guasco se desempeña en este ámbito representando al sector docente, es decir que es arte y parte, y que en sus evaluaciones prima el interés sectorial antes que el general, por lo que no puede extrañar que como señalara el dirigente del Partido Independiente Pablo Mieres, él (Guasco) “hace pocas semanas planteó que había que reducir la cantidad de horas de clase en Secundaria”.
Y debe compartirse plenamente su reflexión en el sentido de que “el gobierno tiene que reaccionar” y que “con la gente que hoy conduce la enseñanza, los problemas en la educación se van a agravar. Los comentarios de Guasco son un muy buen ejemplo de la mentalidad que predomina en la conducción de la enseñanza uruguaya. Una mentalidad que apuesta a la mediocridad, a esconder los fracasos, a justificarse y a echarle siempre la culpa a terceros”.
Precisamente estas apreciaciones del tipo de “yo no fui” y “dennos más dinero que con plata se arregla todo” tienen que ver con una Ley de Educación que lo único que ha hecho ha sido legalizar la injerencia de los gremios en la conducción de la enseñanza, los que lejos de trabajar para efectivamente mejorar el nivel de la educación, se ocupan de reclamar recursos y la mejora de sus salarios, así como tener menos compromisos en horas y responsabilidades, que son el leit motiv de este estado de cosas que tiene como víctimas a nuestros jóvenes.
Precisamente el pretender justificar en falta de recursos y diferentes realidades sociales con Finlandia resultados negativos en conocimientos en matemáticas, ciencias y en lectura, y además promover que se bajen los estándares y criterios de medida para obtener mejores calificaciones, es simplemente manipular resultados para no quedar en evidencia por errores propios, carencias y desdibujamiento de objetivos pedagógicos para situarlos en prioridades de carácter económico e ideológico.
Y pese a todos los argumentos rebuscados que se pretenden exponer para distorsionar la realidad, ésta indica que estamos ante un estancamiento y hasta un retroceso en la situación educativa del país, que es preciso corregir con altura de miras pensando en que los jóvenes de hoy son los que deberán competir en los mercados internacionales de mañana para que nuestro país siga en la senda del crecimiento. De nada servirán los egresados con méritos de un Uruguay que premia la ignorancia si pretendemos alguna vez alcanzar el desarrollo, porque inevitablemente deberemos enfrentarnos alguna vez en los mercados con países como Finlandia, España o cualquier otro del Primer Mundo para ganar un espacio, en donde nadie tendrá en cuenta si con el sistema educativo “a la uruguaya” hubo mayor inclusión social o fulanito de tal es un genio para los estándares que nos inventamos.
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