Paysandú, Lunes 03 de Enero de 2011
Deportes | 27 Dic La emoción a flor de piel. Los dedos cruzados en todos los rincones del país. Sensaciones únicas, inigualables, que recorrieron cada nervio del cuerpo. Y, como nunca, todo un país vestido de celeste.
Este 2010 que recorre sus últimos días fue teñido de color cielo. Y no caben dudas. Grandes y chicos contagiados por la fiebre mundialista, expectantes con lo que podía hacer la selección uruguaya en el Mundial de Sudáfrica, que respondió de la manera que muy pocos imaginaban.
El fútbol uruguayo, tan vapuleado y decaído, sorprendió al mundo con el cuarto puesto en el primer Mundial disputado en Africa. Sorprendió a propios y extraños, pero brindó una sensación única a los tres millones de uruguayos que, en cada punto del país, latió al unísono, compartió los compases en todos los corazones celestes.
Por eso este 2010 se tiñó de celeste. Porque se volvió a pisar fuerte, porque se dejó el alma en cada pelota y se jugó de igual a igual, fuera quien fuera el que estaba enfrente.
Pero, sobre todo, regocijó el alma ver cómo contagió esta selección de Oscar Tabárez. Fue una caricia nunca antes recibida por varias generaciones, que pudieron sentir en su propia piel lo que significa realmente el “¡Soy celeste!” que recorrió las calles de todo el país.
Y eso, más allá del desempeño deportivo, no puede compararse con nada. No tiene precio.
Como no lo tiene esa tensión impresionante frente al televisor que sufrieron todos los uruguayos mientras las calles estaban vacías. Y ese grito de desahogo, que salió del alma, cada vez que lo que hacía la selección en Sudáfrica provocaba que acá, en Uruguay, los puños cerrados se elevaran al cielo. O los chicos con la cara pintada, con la camiseta celeste en el pecho, con las banderas flameando entre los gritos de festejos interminables.
Dicen que primero hay que saber sufrir. Pero como pocas veces antes el sufrimiento se transformaba en felicidad. Más allá de las mandíbulas tensionadas y los dientes apretados durante el debut de la Celeste en Sudáfrica, tras aquel empate sin goles y la expulsión de “Nico” Lodeiro pocos minutos después de ingresar a la cancha.
Aquel primer paso, ese primer punto en el Green Point de Ciudad del Cabo, fue el comienzo de la historia. Que tuvo un capítulo esperado cuando en su segunda presentación goleó 3 a 0 a Sudáfrica, con todo un continente en contra. Y vendría luego la victoria por 1 a 0 frente a México, para clasificar primeros en el Grupo A, el más complicado y parejo del Mundial.
Pese a que en lo previo con este Uruguay podría haber sucedido cualquier cosa, los celestes estaban en octavos y con luz, con tranquilidad, con un grupo que sabía lo que quería, y con tres millones de alma ayudando a presionar en cada pelota.
Corea del Sur, en octavos, fue un hueso duro de roer. Con algunas bajas importantes Uruguay comenzó ganando, pero la potencia física de los asiáticos complicó ante un equipo que sintió el trajín y que recibió el empate. Pero a falta de 10’ para cerrar el partido, Uruguay supo ganarse su boleto para saltar a los cuartos de final.
Y vendría el partido que quedó en la memoria de todos: frente a Ghana. Fue 1 a 1, con alargue incluido. Justo en la última incidencia, aquella mano de Suárez volando como arquero para evitar el gol de los africanos, parecía sellar la suerte de los celestes en el Mundial. Pero el travesaño jugó a favor de Uruguay, rechazando la pelota para forzar a la definición por penales. La misma en la que Muslera atajó dos remates y Abreu, con toda su locura a cuestas, picó la pelota para darle a Uruguay la clasificación a las semifinales.
Después, pudo haber sucedido cualquier cosa. Los celestes perdieron ante Holanda por 3 a 2, en un partido en el que los tulipanes marcaron el segundo gol en off side. Uruguay, con bajas sensibles, se hizo fuerte y más allá de la derrota llevó a su rival a pedir en forma desesperada la hora.
Sin la chance de la final, Uruguay perdería por el tercer puesto frente a Alemania, en otro gran partido en el que los celestes bien pudieron haber cosechado otro resultado. Pero fue otra vez 3 a 2 en contra.
Las dos derrotas no hicieron mella en los hinchas celestes: Uruguay volvía a estar entre los cuatro primeros de un Mundial.
Por eso se festejó como si el título hubiera sido conseguido; por la entrega del plantel a la causa, por el amor propio, por ponerle el pecho a las balas en las difíciles y por no darse nunca por vencidos.
Hubo momentos de buen fútbol, también estuvo esa pizca suerte necesaria en un Mundial.
Pero, sobre todo, el plantel de leones celestes demostró a los uruguayos que, pese a todo, todavía es posible soñar. Y eso tampoco tiene precio.
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