Paysandú, Domingo 09 de Enero de 2011
Opinion | 04 Ene Desde hace muchos años se han volcado ríos de tinta e incontables minutos de radio y televisión, se han desarrollado innumerables foros científicos, simposios y seminarios para advertirnos sobre las consecuencias del uso desmedido e irracional de los recursos naturales. En algunos casos, quienes reclaman asumen posturas extremistas y se niegan a admitir siquiera que se saque un guijarro de un arroyo, en tanto otros, en la orilla opuesta, consideran poco menos que deben cerrarse los ojos para llevar adelante contra viento y marea emprendimientos muy dudosos en cuanto a su agresividad al ecosistema en aras del progreso y la necesidad de asegurar el abastecimiento energético y alimentación a la humanidad. Cualquiera sea la visión que se tenga al respecto, aun prescindente, no puede obviarse que gradualmente el cambio climático, el uso irracional de los recursos naturales y su consecuente posibilidad de agotamiento en el mediano y largo plazo, son amenazas ciertas sobre la humanidad si no se acuerdan acciones que permitan si no revertir por lo menos controlar la evolución de los factores más preocupantes en este escenario, que son a la vez muy diferentes dependiendo de la región o país.
Igualmente, sería desacertado no establecer diferencias entre la incidencia que por ejemplo tienen los países desarrollados y los del mundo en desarrollo en este escenario mundial, por cuanto los países industrializados, con Estados Unidos a la cabeza, son los mayores consumidores y a la vez tienen la mayor responsabilidad en el agotamiento de estos recursos, lo que se arrastra desde hace mucho tiempo. Tenemos así que alrededor del cinco por ciento de la población mundial consume el mayor porcentaje de la producción energética global, y este mismo esquema se da en materia de alimentación y consumo de bienes y servicios.
No cuesta mucho inferir que en aras de una mayor calidad de vida se están sobreutilizando recursos en el mundo desarrollado en desmedro de poblaciones de regiones que resultan eternas postergados en el reparto de la riqueza y en la calidad de vida.
Cuando hablamos de la explotación de recursos naturales, debe tenerse presente que el crecimiento de la población mundial es el factor por excelencia que pone a prueba la capacidad del ser humano para adaptarse a esta evolución entre oferta y demanda de recursos, aun teniendo en cuenta que las nuevas tecnologías permiten un uso más eficiente y hacen ahora rentable la extracción y explotación de determinadas materias primas que hasta no hace mucho era descartadas por antieconómicas.
El ritmo de aumento poblacional --en las últimas décadas con marcado énfasis en los países en desarrollo, es decir los postergados económicamente-- es determinante para que se necesite en forma cada vez más imperiosa avanzar en tecnologías y productividad, a efectos de mejorar la oferta en disponibilidad de alimentos y energía. Estos son aspectos fundamentales para atender esta mayor presión sobre los recursos naturales, cuyas consecuencias se observan a la vez en la emisión de gases nocivos a la atmósfera, las emanaciones que causan el efecto invernadero y desechos tóxicos que afectan el ecosistema, sin olvidar trastornos como la creciente tala de bosques y selvas, deslaves como consecuencia de explotaciones irracionales y asentamientos en lugares vulnerables, por situarnos solo en algunos aspectos de una problemática muy vasta y que se proyecta en prácticamente todas las áreas.
De todas formas, la tendencia de las últimas décadas ha sido afectada por los cambios en las condiciones socioeconómicas, al punto que los expertos están dando cuenta, en forma coincidente, de una significativa caída de la fertilidad en los países en desarrollo, los que lentamente van ingresando en un esquema similar al de los países desarrollados.
Dejando de lado lo ocurrido en China, donde la caída ha sido impuesta por decisión del régimen, los datos proporcionados por organismos internacionales indican que en lugares como Brasil, Indonesia, incluso India, la tasa de fertilidad ha bajado y actualmente es del orden del 2,1 por ciento y aun menos, teniendo en cuenta que este valor es considerado como consistente con una población estable y con una tasa de fertilidad de reemplazo.
Las causas de esta reversión obedecen principalmente a un cambio del patrón familiar en amplios sectores de la población de países en desarrollo, donde la riqueza ya no se mide en hijos, como antaño, y se está transitando un camino similar al ya recorrido por naciones desarrolladas. De todas formas, este enlentecimiento en el ritmo de alcanzar la figura de la superpoblación no quiere decir que ceda --ni mucho menos-- para la humanidad el escenario global de presión sobre los recursos naturales, porque además con menos nacimientos se agravará el factor negativo del envejecimiento poblacional.
Ello indica que lejos de disiparse, subsisten grandes desafíos en cuanto a cómo lograr una mayor equidad en la calidad de vida de los pueblos, para que dejen de estar de un lado los grandes consumidores y del otro miles de millones de seres humanos en estado de pobreza y serias dificultades para el acceso a bienes y servicios, solo para empezar a ganar una parte de la gran batalla por la sustentabilidad en el uso de los recursos naturales.
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