Paysandú, Lunes 10 de Enero de 2011
Opinion | 06 Ene Desde el domingo España integra la galería de países que han prohibido fumar en lugares públicos cerrados y se convirtió por lo tanto en un país libre de humo, a través de una legislación que también prohíbe encender cigarrillos en determinados espacios abiertos, como los parques infantiles y el entorno de hospitales, lo que la hace más amplia que la norma aplicada en Uruguay.
El endurecimiento en esa nación europea de una legislación vigente desde 2006, implica que no se puede fumar en ningún local, incluidos los bares, los restaurantes, las discotecas, en tanto que en el ámbito de la hotelería solo está permitido fumar al aire libre, en todo espacio no cubierto o rodeado lateralmente por un máximo de dos paredes. Ello comprende asimismo el entorno de los hospitales, incluidos accesos y zonas de tránsito, y en áreas de ocio infantil y centros educativos, aunque se permite en centros abiertos como las universidades.
En el caso de los medios de comunicación, la nueva legislación española exige no emitir programas o imágenes en las que los presentadores o colaboradores fumen o publiciten tabaco, lo que constituye una normativa muy severa en un país que todavía era de los pocos en el Viejo Continente donde todavía era posible fumar en lugares públicos cerrados.
El paso dado por el gobierno español sigue al de otros países europeos que desde hace años --en forma gradual-- se plegaron a la cruzada contra el cigarrillo, e incluso han prohibido la propaganda de tabacaleras en espectáculos deportivos como el de la Fórmula Uno, donde precisamente estas compañías habían sido las principales patrocinadoras de equipos de competición, volcando durante años decenas de millones de dólares para la divulgación del hábito en base a la difusión mundial de estas competencias.
La prohibición, de la naturaleza que sea, siempre genera en principio síndrome de rechazo en determinados sectores de la población, sobre todo en determinadas culturas donde se hace un mal uso de la libertad irrestricta, desde que en nombre de este derecho se suele vulnerar el de los demás, teniendo presente que el delgado hilo del equilibrio se corta muy fácilmente y se invaden ámbitos ajenos con suma facilidad .
El fumar, por su naturaleza invasiva a través del humo, es precisamente un hábito que conlleva estas connotaciones, si se tiene en cuenta que es imposible hacer uso de un espacio cerrado y a veces incluso abierto sin a la vez afectar el medio ambiente y el derecho de los más a no respirar este humo contra su voluntad. Por lo tanto, cuando se pone en marcha esta prohibición, como ocurrió en nuestro país a partir de marzo de 2006 a partir de la decisión del presidente Tabaré Vázquez, las aguas suelen dividirse entre quienes insisten en defender el derecho a fumar como una presunta cuestión de libertad, y los que --la mayoría, por suerte -- asumen con plenitud el reclamo de no ser afectados por la contaminación del aire que respiran e incluso a no ser molestados por el humo, disfrutando de su libertad.
La convivencia por lo tanto es cuestión de ejercer responsabilidades, en el marco de la ley, que en este caso sin dudas defiende el derecho de quienes durante años no contaban con un instrumento legal para hacerlo valer en lugares cerrados, del tipo que fuera, para no respirar aire contaminado por humo de tabaco, y a la vez habilita a que quienes tienen decidido seguir con su adicción, puedan hacerlo al aire libre o en lugares cerrados no públicos.
En España, como ocurriera al principio en nuestro país, se han registrado ya algunos roces que no pasaron a mayores, solo que la ley incluye determinadas sanciones por desacato, y por ejemplo en un hospital detuvieron a un paciente que se negó a apagar un cigarrillo ante el reclamo de una enfermera, y también han salido propietarios de bares a proclamar que en su local no se aplicará la norma restrictiva.
Pero la experiencia indica que con el paso del tiempo, la que impone la prohibición a rajatabla --aunque siempre habrá algún transgresor-- es la sanción social a quienes incumplen la norma, porque la mayoría de los fumadores, del país que seas, se sienten respaldados en sus derechos e incluso muchos de quienes practican el hábito terminan por reconocer que efectivamente una normativa era necesaria para establecer límites y ejercer con respeto mutuo la libertad responsable en un tema en el que de otro modo siempre habrá afectados. Y ello es particularmente destacable sobre todo en un país en el que, como en el nuestro, lamentablemente se suele borrar con el codo lo que se escribe con la mano, y muchas leyes que se aprueban con bombos y platillos luego no se cumplen, para con el tiempo irse perdiendo la rutina y el control de la vigencia de las normas.
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