Paysandú, Lunes 17 de Enero de 2011
Opinion | 12 Ene La presencia del presidente uruguayo José Mujica, junto a representantes de toda la oposición política, en los actos de asunción de la presidenta de Brasil Dilma Rousseff, marca una tónica de buen relacionamiento político entre el gobierno y los demás partidos, que contrasta con la acritud y la intolerancia que muy cerca nuestro, en Argentina, da la pauta de problemas personales y revanchismos que no favorecen precisamente al clima político indispensable para generar condiciones de gobernabilidad y consecuente esquema de trabajo, sobre todo cuando se necesitan políticas de Estado.
En este caso, al acompañar la jornada de reafirmación democrática de los brasileños, incluso ante el hecho de que por primera vez asume una mujer el cargo de jefe de Estado, se ha transmitido una imagen muy positiva hacia el exterior y ello resulta importante a la hora de generar condiciones para captar capitales que son especialmente susceptibles a los avatares político-institucionales.
Desde el punto de vista de la política exterior regional, en cambio, todo indica que Mujica ha intentado consolidar su afinidad con el Brasil, dejando de lado una postura tradicionalmente pendular de Uruguay en los respectivos acercamientos a los dos grandes vecinos alternativamente, pero sin atarse y quedar jugado enteramente a la suerte de alguno de ellos.
Este movimiento pendular, no siempre bien llevado, igualmente ha permitido mantener independencias y restar entidad a nuestras vulnerabilidades pese a la presencia en las fronteras de las mayores economías del subcontinente, lo que igualmente no ha evitado que en ocasiones en las que quedamos atados a los vecinos, los problemas coyunturales de aquellos nos hayan arrastrado y generado crisis dramáticas, como la que tuvimos en 1999 por la maxidevaluación en Brasil y en 2002 por la crisis financiera en Argentina.
Ello da la pauta del delicado equilibrio que debemos preservar especialmente en la región y la necesidad de desvincularnos de compromisos de hierro que nos puedan arrastrar a escenarios similares en el futuro, más allá de las tentaciones de jugarnos a situaciones coyunturales de bonanza de países como Brasil, ya sea como estrategia o por afinidades político-ideológicas. En este contexto debe evaluarse el notorio acercamiento del gobierno que preside José Mujica con nuestros vecinos del norte, lo que tiene connotaciones que no necesariamente coinciden con el sentir de los uruguayos. Quien esté al frente del gobierno en determinado período, debe evaluar escenarios geopolíticos por encima de coyunturas, sobre todo si tenemos presente que el Mercosur sigue constituyendo una gran frustración y donde el bilateralismo argentino-brasileño continúa marcando la hegemonía de los dos grandes vecinos por sobre cualquier otra circunstancia.
Los uruguayos lo hemos sentido en carne propia durante el reciente conflicto por la planta de celulosa de UPM (ex Botnia), cuando el bloqueo del puente General San Martín por los activistas de Gualeguaychú violó el artículo 1º del Mercosur, que asegura el libre tránsito de vehículos y personas por los puentes, sin que Brasil se hiciera eco de los planteos uruguayos.
Pero el manejo de la política exterior uruguaya debe estar enmarcada precisamente en una política de Estado, sin alineamientos automáticos, afinidades ideológicas y coincidencias dogmáticas, manteniendo nuestra prescindencia respecto a mesianismos y liderazgos “naturales”, que no son otra cosa que alinearse detrás de un “jefe” poderoso para favorecernos con las migajas que deje el gigante en su camino.
Brasil es Brasil y nosotros somos nosotros, con muchas coincidencias y también con discrepancias, como también las tenemos con Argentina, y ello nos lleva a la conclusión de que hay intereses comunes y otros que no lo son tanto, y que se ha ingresado en la tesis de Mujica de tratar de viajar colgados del expreso brasileño sin pensar que en una curva rápida podemos quedar tendidos en la carretera, expuestos a que nos pasen por arriba.
Uno de los últimos “gestos” hacia Brasil fue el dejar de lado la norma de HD de televisión europea --que había adoptado el gobierno de Tabaré Vázquez en una decisión apresurada-- para adoptar la nipo-brasileña, con la expectativa de que ello nos será redituable en el relacionamiento con el vecino norteño y a cuenta de mejores tiempos en el Mercosur, que nunca llegan.
Estos avatares son un juego de ajedrez que presenta muchos riesgos e imprevisibilidades, ante compromisos subyacentes que no se compadecen con el papel que deberíamos tener de respeto irrestricto de los principios del derecho internacional y coherencia y firmeza dentro y fuera de la región, pero sin ataduras de hierro que puedan comprometernos más allá de lo que aconseja el sentido común y sobre todo la experiencia.
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