Paysandú, Lunes 17 de Enero de 2011
Opinion | 13 Ene Durante la gestión de Julio Pintos, la Intendencia de Paysandú instrumentó un novedoso sistema de fiscalización para evitar que los basurales siguieran apoderándose de la ciudad. A través de una iniciativa de la Dirección de Higiene, se dotó a los inspectores de cámaras fotográficas para documentar infracciones y utilizar la imagen digital como prueba para aplicar penalizaciones.
La noticia fue recibida con beneplácito por una sociedad sanducera indignada por este fenómeno, pero poco después las autoridades debieron aceptar que el problema era demasiado complejo y que los transgresores eran lo suficientemente astutos para trasladar su operativa a horas nocturnas y así evitar ser descubiertos. La comuna intentó ajustar los procedimientos y reencauzar su lucha contra los basurales, pero el problema apenas disminuyó y los sanduceros debieron resignarse al accionar de los irresponsables.
La actual administración municipal buscó darle un nuevo perfil al trabajo en esta área y en los primeros meses de gestión recuperó para Paysandú espacios convertidos en verdadero riesgo sanitario, como el ubicado en los alrededores del complejo deportivo Irene Sosa, pero la evidencia indica que en las zonas periféricas e incluso en áreas cercanas al centro, siguen apareciendo basurales, formados de la noche a la mañana por el accionar de personas capaces de atravesar la ciudad en sus modernos vehículos para deshacerse de sus residuos y poner en riesgo la salud de los demás, sin la menor conciencia ciudadana.
En las últimas horas, un grupo de vecinos convocó a los medios de prensa para denunciar el crecimiento desmesurado de estos depósitos de basura, donde, además de desechos peligrosos, proliferan roedores y serpientes.
La estrategia de fotografiar a los infractores no produjo los resultados esperados, pero tampoco es cuestión de cruzarse de brazos y entregar nuestra ciudad a los irresponsables. Si los basurales siguen apareciendo, es porque la fiscalización es ineficiente y porque las multas, cuando las hay, son demasiado indulgentes. Es momento de ajustar la ordenanza e ir tras quienes, sin el menor sentido de pertenencia, ponen en peligro la salud de sus conciudadanos. La ciudad ya no puede esperar.
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