Paysandú, Lunes 17 de Enero de 2011
Opinion | 16 Ene Un índice de desocupación en niveles históricamente bajos es un signo auspicioso para toda economía, y sobre todo para un país como Uruguay, donde en el factor empleo sigue manteniendo históricamente un desajuste entre la oferta y la demanda, y donde además se da el factor distorsionante de que gran parte de la fuerza laboral apunta a obtener un empleo en el ámbito del Estado, donde las remuneraciones han crecido significativamente, las exigencias en condiciones de trabajo son muy livianas y existe la inamovilidad, así como una serie de privilegios en materia de feriados y prerrogativas, incluyendo el no descuento de los días de paro, que hacen que al sector no le afecten factores de riesgo del ámbito privado.
Por lo tanto, contrariamente a lo que ocurre en países en serio, en Uruguay el desempleo se mide solo en el sector privado, porque el funcionario público tiene asegurado el pleno empleo, aunque a la empresa donde trabaja le vaya mal y tenga los números en rojo, como es el caso concreto de la industria del cemento portland de Ancap, por citar un ejemplo donde hay competencia privada que trabaja con costos muy por debajo de la estatal. A la vez, en las otras empresas del Estado donde hay monopolio, la baja productividad del funcionario público y su número como regla general muy superior al que se necesita realmente, hace que las estadísticas no puedan tomarse en serio ni mucho menos compararse.
Es decir que el país real, el que produce, el de los emprendimientos de riesgo, donde la competitividad es clave para sostenerse a flote, para subsistir y crecer, es el que mueve las estadísticas de empleo, desempleo y búsqueda de trabajo, y el que pone de relieve los altibajos de la economía en sus respectivos parámetros.
Con un índice de desempleo del 6,1 por ciento, de acuerdo a los datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), se está en una etapa pico en materia de ocupación, y el gran desafío que se plantea es precisamente hacer sustentable estos parámetros, y sobre todo avanzar en cuanto a la calidad del empleo, que es un aspecto muy difícil de lograr en el corto plazo, por encima de situaciones coyunturales.
De acuerdo a lo manifestado por el economista Ramón Pampín, de la consultora PWC, al matutino El Observador, “la baja del desempleo es un fenómeno deseable, pero eso no quita que genere sobre otras variables consecuencias que no son las deseadas”.
Tenemos por un lado que muchas empresas están en expansión y nuevos agentes ingresan con sus capitales para invertir en nuevos negocios, pero solo absorben la mano de obra con un mínimo de calificación, que es precisamente una de las falencias del Uruguay del tercer milenio, con una enseñanza que no cumple ni por asomo con los objetivos de educación y formación para la demanda actualizada del mercado de trabajo,
En este contexto, durante los primeros nueve meses de 2010 la economía creció a una tasa de 8,8 por ciento con relación a igual período del año anterior, pero los expertos entienden que mantener esa dinámica no es posible si no se cuenta con el capital humano necesario, y de acuerdo a lo manifestado por el analista Alfonso Capurro, de la consultora CPA Ferrere, “tener un bajo desempleo no significa el fin del crecimiento económico, sino que impone el desafío de crecer diferente”. Según sostuvo, el reto es tanto para el sector privado como para el Estado, por cuanto se trata de redefinir las prácticas de negocios de forma tal de fomentar la productividad de los trabajadores y la eficiencia de los servicios, apuntando a generar un mayor resultado con los mismos recursos humanos.
Llegar al 6,1 por ciento en estas condiciones, que es el menor índice de desempleo desde la dictadura, conlleva condicionamientos muy severos, precisamente por el carácter coyuntural, por cuanto no estamos ante una consecuencia lógica del desarrollo y de soluciones estructurales a los problemas del país, sino ante una derivación de factores externos favorables que han dinamizado la economía nacional al amparo de altos precios de los commodities y bajos intereses de los capitales internacionales.
Ello no ha contado en cambio con la contrapartida nacional de una reducción del tamaño y peso del Estado sobre los sectores productivos, y tampoco se ha encarado una actualización y reforma de la enseñanza para adaptarla a los tiempos que corren, para mejorar el ingreso de los jóvenes a empleos calificados, y en cambio se sigue formando en una abstracción que hace que a los 18 o 20 años el joven promedio que sale a buscar empleo se encuentre con que en el mejor de los casos sabe un poquito de todo --cada vez menos-- pero sin los conocimientos siquiera básicos en áreas en las que se sitúa la demanda de mano de obra más o menos calificada.
Por lo tanto, el 6,1 por ciento de desempleo tiene mucho más de desafío y de cosas por hacer que realmente festejar algo que de un momento a otro puede escurrirse como arena entre los dedos.
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