Opinion | 16 Ene En Uruguay, cuando nos referimos a industria turística, evidentemente centramos nuestra atención en el potencial de la costa oceánica, capaz de atraer cada año a miles de turistas que recorren kilómetros para disfrutar de algunas de las playas más atractivas de Sudamérica. Pero también pensamos en una industria que en los últimos años experimentó un crecimiento exponencial, equiparando en servicios e infraestructura a otros países y convirtiéndose en puerta de entrada de recursos, así como en generadora de trabajo y crecimiento.
No obstante, aun en menor medida, muchas zonas del país lograron posicionarse como alternativa al turismo de playa o como opción válida para otras épocas del año. Así, en base a emprendimientos privados, en algunos casos con apoyo gubernamental, muchas ciudades se introdujeron en la agenda turística, ofreciendo servicios tan variados como interesantes y captando la atención de visitantes ávidos de tranquilidad y hospitalidad.
Aunque muchas veces parece más un eslógan que una realidad, Paysandú ha intentado consolidarse como referente turístico regional, pero sistemáticamente, a consecuencia de la falta de políticas específicas, ha perdido terreno frente a la actitud más emprendedora de otros departamentos. No obstante, el auge del turismo interno y la rehabilitación de las playas sobre el río Uruguay provocan un interesante movimiento cuya generación de divisas y puestos de trabajo es difícil de medir, pero que en alguna medida despiertan al departamento de la larga y agobiante siesta estival.
De todas formas, aún quedan importantes detalles por ajustar, como los obstáculos para el tránsito vecinal fluido por el puente internacional y una vieja costumbre del comercio sanducero de transformar a Paysandú en ciudad fantasma antes de las siete de la tarde. Para ser una ciudad turística hace falta planificación, acuerdos y conciencia colectiva, porque un turista es un cliente que, a la hora de elegir, siempre optará por el sitio que le ofrece un mejor servicio.