Paysandú, Viernes 28 de Enero de 2011
Opinion | 24 Ene 2011 es el año del Bicentenario y los orgullosos uruguayos lo celebraremos por todo lo alto, recordando el comienzo del proceso revolucionario, de la búsqueda de la independencia, como ocurría contemporáneamente en aquel 1811 en varios otros países latinoamericanos. Las independencias significaron el intento de implantación de un modelo que tomaba sus elementos principales de dos hechos que entonces eran recientes: el nacimiento de Estados Unidos como nación soberana, que dio como fruto la proclama de una Constitución democrática, de equilibrios institucionales y separación de poderes; y la Revolución Francesa, que trajo la Declaración de los Derechos del Hombre. Ambos procesos, el de los nacientes Estados Unidos y el de la Francia revolucionaria, además de ser entonces recientes tenían el prestigio de haber probado la eficacia del proyecto liberal en contra de la monarquía derrotada, para dar paso a gobiernos republicanos de carácter representativo. Ahora bien, con nuestro amor por los números redondos, no podemos dejar de lado la oportunidad y comprender a cabalidad lo que el Bicentenario nos brinda como oportunidad. No se trata solo de recordar que en Casa Blanca se vivió el primer intento revolucionario en febrero de 1811, pocos días antes del Grito de Ascencio. Ni de recordar solamente con unción patriótica los hechos que siguieron y que fueron marcando el camino independentista.
El Bicentenario es la oportunidad de darnos cuenta de que si queremos celebrar al país tenemos que hacer cosas constructivas para darle entidad, que el país no está en sus símbolos sino en sus realidades, que no se trata de hacer un sentido homenaje a los que construyeron la patria joven, sino en poner énfasis en transformar aquellos aspectos de nuestra sociedad que siguen siendo un pesado lastre.
El Bicentenario es también, la oportunidad para superar el reproche y profundizar el amor. Para dar todo de nosotros mismos para que nuestra realidad esté cada vez más cargada de frutos y de logros, de acuerdos, entendimientos y caminos que nos lleven hacia adelante.
El Bicentenario bien puede ser tomado como un llamado de atención. Mirar atrás no es malo, podría servir, si quisiéramos, como desafío, porque nos trae imágenes de logros importantes, de esos que hoy nos parecen muy lejanos pero a los que seguimos venerando. Pero el Bicentenario no puede encasillarnos en el patriotismo y en el recuerdo de quienes establecieron las bases de lo que hoy es nuestra nación. Debe ser una convocatoria para poner en marcha nuestra dedicación, creatividad, trabajo y esmero. Y debe ser bien aprovechada. Porque somos presente, aunque respetamos y veneramos nuestro pasado. Y necesitamos construir futuro. Buen futuro.
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