Paysandú, Domingo 30 de Enero de 2011
Opinion | 29 Ene El crecimiento de la economía uruguaya en los últimos años se inscribe en una mejora sustancial de la región en el período, y precisamente nuestro país no es de los que presenta mejores números en cuanto a la relación del crecimiento del Producto Bruto Interno, sino que estamos en el “pelotón” de los países del subcontinente que se han visto favorecidos por condiciones excepcionales del escenario internacional para nuestros productos de exportación.
No es un secreto para nadie, desde que se ha reconocido incluso por el propio gobierno –sería además imposible ocultarlo, y porque además no va en demérito de lo que éste pueda haber hecho o dejar de hacer-- sino una realidad que está a la vista de todos y que además –y sobre todo-- presenta grandes desafíos, el más importante de los cuales, es de de crear las condiciones para darle sustentabilidad a esta mejora, que es lo que puede marcar la diferencia entre la burbuja coyuntural que se puede evaporar de un momento a otro y una evolución firme hacia un crecimiento sobre bases sólidas.
A la vez, debe tenerse presente que por encima de la forma en que cada país actúe sobre situaciones coyunturales, hay elementos comunes en cuanto a las consecuencias de esta situación favorable de la región, cuando precisamente los países desarrollados están tratando de superar una crisis que se extiende desde mediados de 2008, y que por ejemplo ha traído afluencia de capitales hacia esta zona del mundo en busca de seguridad y rentabilidad ante los avatares del escenario internacional.
Es cierto, en todo momento debemos tener presente que la receptividad de los mercados mundiales responde a la necesidad de contar con materia prima y commodities para procesar, para cuya producción en grandes volúmenes América del Sur tiene excelentes condiciones naturales, y que al amparo de los precios sostenidos de los granos, sobre todo, se ha logrado una recomposición de las economías regionales.
Una consecuencia directa del ingreso de capitales –Uruguay también los capta, pero en menor medida que sus vecinos— ha sido un fortalecimiento de las monedas locales, lo que contrasta con la tendencia crónica a su debilidad respecto al dólar, que ha tenido entre otras consecuencias el escaso poder adquisitivo de los salarios respecto a los de los países desarrollados en su comparación en dólares, lo que aún hoy se da pero en mucho menor medida.
Ocurre que no existen parámetros erráticos en la economía, la que se mueve en base a vasos comunicantes, y como en una remake del “efecto Mariposa”, lo que se cambia en algún lugar, por mínimo que sea, se va multiplicando y se traduce al tiempo en efectos realmente significativos respecto a lo que en su momento aparecía como un tema menor.
Y precisamente en un mundo globalizado que se mueve en base a exportaciones, es determinante tener precios que puedan resistir la competencia en los mercados, y uno de los elementos a tener presente en todo momento es el tipo de cambio, es decir el rendimiento de los dólares cuando se traducen a la moneda local, en el caso uruguayo los pesos con los que nos movemos todos los días.
Una moneda sobrevalorada determina que se abaraten las importaciones –un escenario que evidentemente tenemos en Uruguay, con un dólar a veinte pesos, más barato que hace cuatro años— y que a la vez los dólares que se obtienen por las exportaciones rindan menos en lo interno, para hacer frente a costos que se incrementan con la inflación, incluyendo precios de insumos y los reajustes salariales con retribuciones personales que han crecido en dólares.
Es decir que mal que nos pese, para los países de la región el fortalecimiento de las monedas por la bonanza ha pasado a ser un problema a tener presente en aras de la sustentabilidad a que nos referíamos, por lo que el país debe vender más caro para hacer frente a sus costos y sostener el empleo, o eventualmente limitarse a colocar commodities por las facilidades naturales, pero en franco deterioro de sus posibilidades de colocar productos terminados o semiterminados, que son los que realmente convocan mano de obra calificada, mejores salarios y reciclaje de recursos por dotación de infraestructura, además de incorporación de tecnología.
Una moneda apreciada significa que la población que gana en pesos tiene mayores posibilidades de acceso a bienes y servicios cotizados internacionalmente en dólares, por lo que al ciudadano común, al consumidor en general, le sirve esta posibilidad de mejora de la calidad de vida. Pero como contrapartida el país pierde porque somos importadores de todo, no producimos nada de los bienes de consumo, a diferencia de economías grandes como la de Brasil o Argentina donde la producción local sustituye la importación, logrando reciclar recursos y evitando la fuga de divisas.
Los economistas coinciden en que lo más sensato es tender hacia una relación de equilibrio entre las respectivas variables, pero sobre todo promover la productividad, tanto en el sector público como privado, para lograr un menor costo de los bienes y así ir a más, porque a la buena suerte que hemos tenido hasta ahora a partir de 2003, hay que ayudarla, y así poner de nuestra parte para no quedar nuevamente expuestos el día en que cambie la dirección del viento.
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